Paisanos y paisanas:
Lo que voy a leer tiene algo de pregón, algo de arenga y algunos consejos.
Nos sobran los motivos para estar contentos y satisfechos, pues Villanueva poco a poco se ha convertido en el pueblo más acogedor, bonito y alegre de toda la sierra. Las numerosas casas rurales y el Hostal así lo demuestran. Las personas que, de los lugares más remotos se han enamorado de sus hijos e hijas, nos hablan de un pueblo libre y universal. Son estas personas las que han adoptado a Villanueva como si fuera su patria chica y quieren y aman a nuestro pueblo tanto o más que nosotros mismos.
El clavillo de abanico es una pieza insignificante, pero nadie ha conseguido abanicarse con las varillas desperdigadas. Nuestro pueblo es el clavillo que mágicamente y sobre todo en agosto, nos une durante unos días. Días en los que abanicamos y refrescamos nuestra memoria y con nostalgia, evocamos el pasado y nos interesamos por el presente.
Las vivencias de nuestra infancia y de los años mozos se agolpan... Y cómo no recordar el murmullo de las aulas y la algazara a la salida de la escuela. El queso amarillo, la leche en polvo, las estufas y latas llenas de borrajo, el olor a suela quemada, y cómo no, la regla que algunas veces calentaba las yemas de nuestros dedos. El carámbano de la poza castañar, los chupiteles de las canales, el juego de los hierros, saltar a la cuerda, bailar el peón, brincar al burro con patadita de propina, los tiracantos, la cantacea, los boteros, la emoción de los partidos de pelota, ir a nios, las diferentes fases de los pájaros, en gurrapato, en pelo, en pluma. Esperábamos demasiado y habían volado.
No había televisión, ni consola, ni play station, ni game boy, pero teníamos un periódico en toda regla: la Voz de la Viña (cómo me gustaría tener un ejemplar).
La matanza era nuestra fiesta, invitábamos a los amigos y el día era completito. El corato era devorado sin esperar a los análisis, el zambullero en sus dos modalidades, el de tabla para montar varios y el tradicional, en ambos estaba el Ángel de la Guarda. El manojo de escobas convertido en trineo imperial para sentar a los más pequeños y deslizarlos como si fueran reyes, el roce y desgaste de las escobas daba buena cuenta de los vestidos y pantalones. Por la noche el zajumerio, las partidas de cartas con la baraja matancera, el antón pirulero y las historias de los mayores.
En carnavales éramos especialistas en disfrazarnos, el heno, la paja y el serrín eran las materias primas. La tora, un invento económico que nos gustaba con locura.
En la adolescencia (antes la edad del pavo), empezamos a conocer la agricultura, más en su parte agria que en la parte que puede tener de cultura. Uno de los primeros oficios fue el de sarmentar (jamás entendí por qué si los que repodaban cogían los mañizos con una mano, por qué no los dejaban colocados; también me preguntaba por qué Dios no hacía las aceitunas gordas como melones). Lo de las ollas, la escarba, la tapa... oído así parece que estábamos tomando el aperitivo. Madrugar para azufrar, que luego se levanta el aire; sulfatar en eterno para evitar el hongo y por más que miraba no veía ninguno; las madrugadas para ir a regar, las toperas, los portillos, dos días de pastor, otros dos días a caminos, a hoja, a helechos, a jaras...
La partida de las cuadrillas, de segadores y rapaces con su mayoral; la vuelta en el vetusto coche de línea y la alegría de los panaderos y de los comerciantes (dicen que el que paga, descansa, pero el que cobra, aun mucho más).
Por fin la vendimia. Los jurdanos y su peculiar forma de hablar, siete viajes desde la mata Francia, el tin-tin de las prensas, las caracolas, las esquilas y cascabeles, las lagaretas, los pies descalzos pisando uvas, los potes, la fábrica de alcohol y las clandestinas alquitaras a pleno rendimiento. La elaboración del vino y antes de los primeros trasiegos estaba la aceitunera; todo el frío del mundo concentrado en las manos. La almazara era nuestro refugio en los días de lluvia, las bromas y patatas asadas no faltaban.
Cuando el vino brillaba como un jaspe, estaba listo para su venta. La cuenta de los decalitros de vino era incompatible con el juego de la lotería, equivocaba al medidor y a los jugadores. A nuestro juego ahora lo llaman bingo, y en las salas dedicadas a ello, en lugar de “raya”, cantan “línea” y “bingo” en lugar de “alto”, no existe el “échamela”, ni “la niña bonita”, ni los “anteojos de Mahoma”, ni “buraco”, “ni cara sucia”.
Pero no todo era agricultura: existía San Marcos, Santa Cruz, San Miguel, el Charco de la Cruz donde aprendimos a nadar y a saltar sin caer encima de nadie. El salón de baile con orquesta propia. Las normas de urbanidad estaban escritas en las paredes: “prohibido escupir, prohibido blasfemar, prohibido ceder la pareja”. La gramola o tocadiscos, una canción de mucho éxito (olvidemos nuestro enfado, olvidemos nuestro enfado y volvamos al amor...). Los requiebros y primeros amores, que siempre estaban acompañados por hermanos pequeños, como canta Alberto Cortés: primer amor que no pasó del intento.
También el pueblo se quedaba solo. Los jóvenes y no tan jóvenes se buscaban la vida en el extranjero, y a esta tristeza se unía la tristeza que nadie como el poeta del pueblo, Antonio Machado, ha descrito: un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio. Son muchos los recuerdos y muchos los que nos han dejado. Vaya nuestra memoria y sentimiento para todos. En estos días la sensación de que están entre nosotros se intensifica; ellos nos enseñaron a querer, a confiar y a honrar a San Sebastián. Contaros quién fue nuestro patrón sería largo y prolijo, pero un solo vistazo a su cuerpo nos dice que en su tiempo ser cristiano era mucho más arriesgado que serlo ahora.
Amigos y no forasteros (como los llamábamos antes), compartimos días de alegría y juerga, y es maravilloso que un pequeño rincón del inquieto y a veces desquiciado mundo promueva y patrocine estas fiestas.
Que la fragilidad de la memoria no impida que confiemos en la juventud a la que enseguida criticamos, olvidando que hace cuatro días nosotros hacíamos lo mismo que ellos. El alcalde y los concejales, las quintas y quintos del 70 y los mayordomos de este año, os pedimos dos máximas: tino y tiento (y cuando digo “tino”no me refiero al regidor aquí presente, sino al tino de atinar y al tiento de atentar). Tino y tiento con lo que la municipalidad nos ofrece, y también para con las cosas que pagamos de nuestro pecunio. Actuar como si acariciáramos a la novia. Sencillamente con estas dos máximas tendremos unas buenas fiestas y una buena convivencia.
Que las bromas y la diversión sean con donosura y gala, no cayendo en la extrema pesadez. Que los jóvenes quemen el exceso de fuerza y facultades retozando y divirtiéndose y sobre todo, riéndose. Esta plaza y esta tarde son perfectas para empezar a reír. Con el gracejo que me caracteriza pondré mi granito de pimienta para haceros reír, cantando una canción de la vieja picaresca, los mayordomos me acompañarán en el estribillo. Perdón por anticipado y atentos, que principio.
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