— Abuela, abuela, tengo ganas de hacer pis. ¿Dónde puedo hacerlo?
— Alto todo el mundo, que Laira tiene que hacer pipi.
— Jo, jo, pronto empezamos… así no llegaremos en todo el día —protestó Amaya.
— Sí llegaremos, solo será un momento… es mejor que haga pis en el suelo ahora, así no estará húmeda todo el día.
— Vale, vale, os esperamos aquí.
Arreglado el contratiempo, el equipo reanuda la marcha. Tres horas de caminata y el Castillo Viejo emerge de nuevo ante ellos.
— Creo que antes de entrar debemos comer los bocatas y, de paso, recordaremos lo que vimos en la anterior visita.
— A ver, Óliver, ¿recuerdas algo de la otra vez?
— Sí, los cinco hormigueros transparentes, y el acuario de peces mondapies.
— Abu, abu.
— Dime, Laira.
— Si hoy volvemos a meter los pies en el acuario, creo… creo que los peces se van a poner muy gordos.
— ¿Por qué, Laira?
— Porque diez pies llenos de callos e impurezas, sobre todo los tuyos y los de la abuela, los van hacer engordar un montón.
— Laira, estás equivocada, los peces mondapies no se comen las impurezas, los peces solo hacen su trabajo. Depositan los callos debajo de sus aletas, lo mismo que las abejitas hacen con el polen y el néctar: lo cargan en sus patas traseras y lo llevan a la colmena. Los peces no se comen las impurezas, solo hacen su trabajo, que es muy beneficioso para nuestros pies y para ellos.
— Pero si los peces no se comen las impurezas, ¿qué hacen con ellas? Las abejas se llevan el polen y el néctar porque lo guardan para comerlo cuando no hay flores.
— Los peces amontonan las impurezas en un pequeño depósito que hay en la pileta y fabrican una masilla que les sirve para sellar las grietas del acuario. De esa forma el acuario siempre está lleno de agua, y los peces saben que no pueden vivir sin agua.
— Pero, entonces, ¿los peces qué comen?
— Pues comen insectos que caen al agua, gusanos diminutos que nacen en el agua, algas acuáticas...: esa es su comida; las impurezas que consiguen con su trabajo son para reparar su casa.
— Bueno, y ahora que ya hemos comido, vamos a entrar en la fortaleza a ver que descubrimos hoy. Recordad que hay que tener mucho cuidado con las posibles trampas o agujeros. Primero veremos los hormigueros y luego meteremos los pies en el acuario. Óliver, tú pon el cronómetro. Ya sabéis que solo podemos meterlos durante quince minutos.
— Abuela, ya lo sabemos —contestaron los tres a la vez.
Una vez vistos los hormigueros, y con los pies limpios y ligeros, se internaron en lo desconocido de la fortaleza. Rompiendo las molestas telarañas, lo primero que vieron fue un nido enorme de murciélagos dormidos.
— Los murciélagos son aves nocturnas, para ellos la noche es el día.
Continuaron descubriendo el castillo. Laira y Amaya se acercaron a una pared que brillaba como si fuera de plata. Las dos dijeron al unísono: “¡¡¡Una pared plateada!!!”. Fuimos todos a ver qué habían descubierto. La pared de plata estaba plagada de caracoles grandes, medianos, y pequeñitos. Era un enorme nido natural de caracoles, pero fue Óliver el que preguntó: “¿No veis algo raro en estos caracoles?”. Amaya respondió: “No, todos tienen cuernos y todos llevan su casa a cuestas, como todos los caracoles del mundo”.
Laira se entretenía en tocar los cuernos con su tierno dedito, con mucha suavidad, y se reía cada vez que un caracol se escondía en el interior de la casacola. Óliver apuntó:
— Qué poco observadores sois. Estamos ante un fenómeno increíble y no os dais cuenta… Todos estos caracoles son zurdos, la espiral de sus caracolas giran hacia el lado izquierdo. Son caracoles zurdos, algo que muy pocas personas consiguen ver... por muy larga que sea su vida.
— Yo he visto dos y tengo 70 años. El primero lo vi en el pozo del Tesito, y el segundo lo vimos la abuela y yo en la Toscana italiana cerca de la basílica de San Antonio de Padua.
— Abuelo, ¿tú crees que esos dos caracoles que has visto son hijos de estos que vemos aquí?
— Hijos, hijos, no, pero descendientes de estos seguro que sí. Los caracoles son muy lentos, y su vida suele ser de unos cinco años. Ocurre que, para llegar al Tesito desde aquí, es posible que un caracol necesite sus cinco años de vida. Lo bueno es que ese caracol en su viaje pone cientos de huevos, y uno de cada cien nuevos caracoles, solo uno sale zurdo, es la condena que que paga el caracol aventurero por alejarse de la pared plateada del Castillo Viejo. Por eso hay tan pocos caracoles zurdos en el mundo: hoy nosotros ya conocemos el origen y el porqué de los caracoles zurdos que hay por el mundo, pero es un secreto que debemos guardar, porque si lo desvelamos, vendrán muchas personas y destruirán esta maravilla que tenemos ante nuestros ojos. Ahora tenemos que encontrar cinco caracolas vacías como mínimo, para llevarlas de recuerdo y así poder verlas todas las veces que queramos. Habiendo tantos caracoles, no será difícil encontrar el cementerio caracolero. Tengo entendido que los hermanos de los caracoles viejos que mueren, los entierran bajo una capa de arena muy fina. Así que solo tenemos que pensar en dónde puede estar la arena que sirve de cementerio. Si no la encontramos hoy, tendremos que volver otros días.
El abuelo hizo una pausa y, con solemnidad, prosiguió:
— Antes de salir de aquí tenemos que hacer un juramento.
— ¿Qué es un juramento? —preguntaron los tres.
— Un juramento es lo mismo que hacer una promesa. Haremos el juramento y la promesa. El secreto que vamos a guardar es muy importante. Decid todos conmigo:
“Juramos y prometemos que nunca desvelaremos dónde se encuentra la pared plateada nido y origen de todos los caracoles zurdos que puedan existir en toda la tierra. Lo prometemos y juramos, para que nunca ningún ser humano encuentre y destruya la pared de plata que sirve de nido para el caracol zurdo”.
Y, ahora, a buscar el cementerio de caracoles zurdos —dijo el abuelo.
— No —atajó la abuela Chani—. Los murciélagos ya han empezado a desperezarse y ya despliegan sus alas; eso significa que se acerca la noche y no nos da tiempo a encontrar el cementerio. Son tres horas de camino para llegar al pueblo. El próximo día no solo encontraremos el cementerio; seguramente hallaremos el traje de un fantasma muy famoso. Hale, hale, en marcha, en marcha.
— Pero, abuela —dijo Laira— los fantasssmas no se visten con trajes, los fantasssmasss se visten con una ssschábana blanca.
— Este que vivió aquí en el Castillo Viejo, no. Este era un fantasma muy elegante y la sábana solo la utilizaba para dormir. Hale, en marcha, en marcha, y cuando lleguemos a casa, lo primero que haremos será apuntar en un papel el color del traje y el nombre del fantasma, a ver quién de los cinco lo acierta.
Muchas felicidades, Laira.
Continuará...
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