En la última escena de la película basada en un relato de Manuel Rivas, un niño pugna con sus padres y otros vecinos en la búsqueda de insultos cada vez más contundentes contra el maestro, un republicano que, en el filme, encarna Fernando Fernán Gómez.
Al muchacho no le llenan los insultos que gritan lo vecinos y sus padres. El maestro, al que ahora menosprecian y apedrean es el mismo que le enseñó a leer y a escribir.
En plena guerra el pueblo queda del lado nacional y gran parte de la población, crecida y animada por el fascismo feroz enraizado en la Falange, persigue al maestro por "rojo" y "cabrón de mierda". Primero el dedo acusador del pueblo que, sabiendo que es una buena persona, no tiene piedad y se ensaña encarecidamente con él.
El caldo de cultivo y las denuncias por rojo están servidos, para que los sublevados lo carguen en los terribles camiones que terminaban en un paseo trágico. Cuando el camión se aleja, el niño encontró en su memoria dos palabras que gritó con todas sus fuerzas. "¡Tilonorrinco! ¡Espiritrompa!". El maestro les había explicado que "tilonorrinco" es un bicho raro que habita en Australia y "espiritrompa" es la lengua de un lepidóptero.
El maestro, desde el camión, al oír lo que el niño entiende por un insulto, con cara triste y circunstancial, mira al niño pensando en que todo su esfuerzo por enseñar no ha servido para casi nada, que todas sus lecciones habían sido vanas y baldías. No, no le duele lo que el niño piensa que son insultos, tampoco le duele la primera piedra que le arroja con todas sus fuerzas; le duele lo poco que su pupilo ha aprendido, la terrible ignorancia que asolará por mucho tiempo a todos los españoles.
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