Sueños. La mochila de los recuerdos

He repasado las fotos del viaje al hogar de los Skoglund y las del pueblo que nunca defraudan. Bien podríamos catalogarlas de las fotos de los colores, de los olores, de la felicidad tendida al sol, a la luz, a la tranquilidad, al silencio y es que la naturaleza se renueva cada día sin que nos demos cuenta. Sin darnos cuenta Óliver y Amaya buscaron y encontraron la salida, dejaron el seno materno para ir a las cunas que forman los brazos, primero los de la madre, después los del padre, los de las abuelas y abuelos, los de las tatas y tatos, seguro que dónde más tiempo querrán estar será en las cunas donde soñaran con el relincho de los caballos, el ladrido de los perros, el rebuzno de los burros, el aullido del lobo y del chacal, el rugido del león, el balido de las ovejas, el gruñido de los cerdos, el bramido de los toros, el berrear del alce, el graznido del buitre y del quebrantahuesos, el ronroneo de las palomas, el ulular de los elefantes, el maullido de los gatos, ignoro el sonido de los delfines, de las hienas, de los cernícalos, cigüeñas, serpientes, bastardos, más sí que sé el croar de la familia de los batracios y el grillar de los grillos. La naturaleza es sorpredente y todo cabe, pero la risa, el llanto y el gorgotear de un niño son imprescindibles en el natural, laberíntico y complicado mundo, como imprescindibles son los minutos de felicidad atrapados en las fotos de los colores, de los olores que reavivan la mochila de los recuerdos. Me olvidaba del maravilloso ruido que produce el agua pasando por debajo de las camas, el chasquido que produce el salto del "¡allá voy de culo!" contra el cálido y moldeable líquido elemento. Tierra, aire, sol, agua, agua, aguaaaa...

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