Que le pague ella, ella, ella...

La viajera tenía un color "renegrío, renegrío", de segador curtido por más de doce días de recogida de algarrobas, lentejas y garbanzos, más 35 angustiosas jornadas de siega de buen trigo candeal en las llanuras de la dura y reseca meseta española. Color renegrido de segador jurdano. No, no era el color del surfista, ni del esquiador acuático, ni del paseante mañanero con los pies descalzos y el rostro acariciado por la brisa marina de cualquier playa de la Costa Brava o la Riviera Francesa. Sí, señor: era el auténtico color "renegrío, renegrío" del agricultor, pastor y pescador, todos en uno.

Con sorna, exclamé: "Qué, de vuelta de Marbella". Sonrió abiertamente y dijo: "De Marbella precisamente no, más bien de la selva amazónica que, por cierto, no tiene comparación con Marbella. O quizá sí... En Marbella hay mucho tiburón", rió. "Aquello será muy bonito y muy interesante, imagino. ¿Ha pasado mucho tiempo allí?". "Casi cien días, pero cien días intensísimos". "¡Ah! – suspiré – cómo me gustaría perderme a mí… Pero no cien días, ¡sino trescientos!". La viajera carcajeó estrepitosamente. "Buen hombre, usted no saldría vivo de allí, se lo aseguro". "¿Qué me dice, buena mujer? Yo sobrevivo en una jungla bastante peor de la que usted habla. Sobrevivo al pesado tráfico de cada día, aguanto al cansino peatón, al lento ciclista, al ruidoso motorista, a la doble y triple fila, a la carga y descarga, al alegre 'botellometrón', al zigzagueante compañero y a las crisis de Felipe, Aznar y Zapatero. Sobrevivo a cuatro alcaldes, al 'manifestódromo', al gran maratón, al triunfo del Atleti, del Real Madrid y..., además, no un día ni dos, sino así más de treinta años. Si usted ha sobrevivido siendo mujer, un hombre y taxista, estoy seguro de que saldría más airoso que cualquier mujer de esa selva de la que usted habla".

"Una mujer, una mujer... Permítame que le cuente algunas pequeñas dificultades y experiencias a las que una mujer, como usted dice, ha debido enfrentarse en la Amazonía. Mire, sobreviví a plagas de gusanos parásitos que ciegan a las personas; moscas que agujerean la piel de las piernas y los brazos usándolos como nidos, sirviendo de criaderos de larvas imposibles de extirpar; hormigas bravas que en una sola noche pueden devorarte; especies de chinches cuyas picaduras producen risa y a la vez atormentan hasta la locura; garrapatas que chupan la sangre como las peores sanguijuelas; mosquitos diminutos que atraviesan todo tipo de mosquiteras y que se dedican a chupar la sangre sembrando el cuerpo de ampollas sudorosas y sangrantes, y dejando la cara, las piernas y los brazos hinchados como globos; abejorros que lamen el sudor de los ojos emborronando la visión; serpientes variadas; camaleones; alacranes; animales que son dos veces animales; tarántulas y avispas doradas como el oro, de finísima y elegante cintura. Tormentas torrenciales: frío y calor a la vez. Si alguna vez concilias el sueño será atormentado por el mismo sueño, la misma pesadilla. Por tu mente pasan esqueletos andantes, esqueletos temblorosos, enfermos de fiebres con los músculos flácidos incapaces de moverse para encontrar agua, alimento o refugio, sin fuerzas para huir de una muerte segura y, lo que es peor, huir de tu propio fracaso".

A medida que avanzaba su relato me sentía cada vez más anonadado. "¿Y usted ha sobrevivido a todas esas atrocidades?", balbuceé. "Pues sí – respondió – aunque no lo crea, aunque crea que soy una mojigata y débil mujer. Sí, sí, caballero, a todo eso y muchísimo más...". Se hizo el silencio. Nos quedamos mirándonos por el espejo sin decir nada, desafiándonos.

De repente, la viajera se quedó rígida, trabada, asustadísima, como si hubiera visto un fantasma o estuviera imbuida en uno de sus sueños delirantes. Su rostro palidecía. Con voz temblorosa y entrecortada, intentaba pedirme que parara: "Pa, pa, pare, pa, pare cuanto antes, pare rá, rá, rá, rápido que tengo que salir del taxi, que tengo que apearme enseguida". Jadeaba y respiraba con dificultad. Pensé que tenía un ataque de asma o quizá estaba sufriendo el efecto retroactivo de algún extraño veneno. "No es de extrañar – pensé–, con todo lo que ha pasado en la Amazonía". "Pare, pare, que tengo que liberarme de ella cuanto antes". No entendía el drástico cambio de actitud de la valiente exploradora, de la intrépida aventurera y, sobre todo, no comprendía aquel "liberarme de ella, de ella, de ella...".

Continuará...

1 comentario:

  1. Queremos la segunda parte del relato YA!
    Fdo: Una lectora enganchada

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