Feliz Navidad 2009

Querida familia: si arranco una sonrisa y os hago perder el tiempo leyendo esta atípica felicitación navideña, con eso me doy por bien pagado.

Resulta que siete de cada diez viajeros que se desplazan en el taxi, de una forma o de otra vienen a decirme que tienen mucha prisa. "¿Cree que llegaremos en diez minutos? Si su taxi pudiera volar... Vamos, vamos, rápido, elija el atajo más corto". Prisas, agobios, estrés, nervios. Madrid no atiende por Madrid, atiende por prisa. Más de uno se queda boquiabierto cuando, en la puerta de embarque la azafata, con amplia sonrisa, les dice: "Caballero, su vuelo es para mañana a la misma hora".

Si la cuna se mece con cuentos, la Navidad puede ser la cuna inmensa y el cuento maravilloso que tiene el poder del sosiego y de la calma. Al menos durante unos días la gente se olvida de las prisas. Sin saber por qué se pasa del escueto y seco, "Hasta luego" al "Adiós, guapa", del "Ya te he dicho y te repito que volveré cuando pueda" al "Te quiero, no te preocupes, volveré prontito". Hasta los semáforos son más simpáticos y se olvida el zigzagueo.

En Navidad pueden confluir estrellas, sol y luna, los tres a la vez.

No sé a vosotros, pero a mí me transporta a la trastienda del tiempo, al aroma del molinillo de café, al jarro de asar castañas, al agua fresca de barril, al "cabat", a la pizarra, a la pluma, a la pelota de parcho, a la tartana, a la deseada bici, al cálido brasero, a la chisporreante chimenea, al regazo y al calor de la familia.

Los hijos y sobre todo los nietos nos hacen ciudadanos del mundo. Desde la tierra en la que se anda sobre las aguas os deseo mucha felicidad y que el año nuevo nos coja en el lado de los viajeros que te saludan diciendo: "Tranquilo jefe, que tengo todo el tiempo del mundo".

Ósculos y achuchones para todos.

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