Añoranza del tiempo libre

Amigos: al regreso valoramos con más intensidad las cosas más sencillas. El cuenco de agua fresca y pura de cualquier manantial, los frutos recién cortados, mojar una hogaza de pan reciente en aceite de oliva, bañarse en el charco del piélago, en el del Estudiante o en el del Infierno, porque el suelo es de roca negra como la madera de ébano que convierte su agua en auténtica fosa marina. Hay que tener un buen par para bañarse en el charco del Infierno, no puedes evitar el presentimiento de que un remolino va a tragarte de un momento a otro.

Las caminatas o paseos por rutas y senderos silenciosos entre gigantescos alcornocales, potentes robles y espesos madroñales, imposible citar todo el bosque mediterráneo. Terminar el paseo como dice Vicent a la caída de la tarde ante un crepúsculo de almíbar, o como describió Homero a la Aurora. Dedos de rosa acariciando la Tierra.

Días de vino y rosas, de aperitivos en variadas bodegas, de pregones, de convites y sangría, de mantel compartido en conocidos restaurantes. Berenjenas rellenas de carne y gratinadas con queso, patatas meneás, pimientos rellenos, alcachofas a la manera judía. Se desechan las primeras capas para que queden las hojas más tiernas, se cortan ligeramente las puntas y después se aplastan contra el mármol de la cocina con pequeños golpes hasta dejarlas bien abiertas. En el corazón de la alcachofa se pone sal, pimienta, mantequilla, y un poco de ajo, todo previamente macerado con una clase de hierbabuena conocida como la mentucca. En una cazuela con poca agua y bastante aceite se colocan las alcachofas con el tallo hacia arriba bien entibadas para que no se vuelquen con el hervor del fuego, que debe ser muy fuerte desde el principio, el agua se evaporará con rapidez y las hojas de las alcachofas quedarán braseadas por el aceite. Si sales ileso del charco del Infierno, con las alcachofas tocarás el cielo.

El segundo plato y los postres, si queréis conocerlos, en Santibáñez de la Sierra, entre la Sierra de Béjar y la Peña de Francia. Hemos bailado, cantado, charlado a la sombra de las acacias del humilladero, que en mi pueblo llaman la Moncloa y los más viejos, el bojordo. En el atrio tumbados boca arriba, hemos contado las estrellas. Con melancolía, comento: "Qué grande y qué redondo es el mundo y qué deprisa gira". Mi amigo me anima: "No te preocupes, repetiremos todo esto en cuanto tengamos un fin de semana libre". "Qué pelotudo eres, qué más quisiera yo que tener 26 fines de semana libres seguidos y no 52 salteados. Es más, con 26 fines de semana libres seguidos, podría disfrutar muchos de ellos de cuatro días, pues mi licencia libra los jueves, y no trabajando el viernes, juntaría cuatro días de auténtica vida".

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