Hacía tiempo que no ejercía de Superman, así que para evitar que le quitaran unos puntos y le impusieran una sanción o quizás algo peor, utilicé el poder de mi mente y en menos de tres segundos quedó instalado en el sistema electrónico del vehículo un sofisticado limitador de velocidad. El automóvil entonces se sumó al armonioso tráfico. El conductor de gafas negras pisaba desesperadamente el acelerador y golpeaba el volante gritando "¡vamos, vamos, mierda, ¿qué te pasa?!". Para tranquilizarle, aproveché las ondas hercianas y con suave voz, transmití este mensaje:
"Amigo, la Dirección General de Tráfico sabe que usted sobrepasa con frecuencia los límites establecidos. Sepa que en su vehículo ha sido instalado un limitador de velocidad con un programa informático que registra todos los límites establecidos en la Unión Europea. La M-40 en toda su extensión está limitada a 100 por hora y por mucho que usted aplaste el acelerador, el vehículo jamás pasará de 100 kilómetros hora. Sosiéguese, próximamente, entrará en una zona de obras, cuyo límite es de 60 kilómetros hora. Tanto la DGT, como las posibles víctimas, usted incluido, le agradecen su conducción ejemplar".
En lugar de cárcel, la DGT ha elegido para los reincidentes limitadores de velocidad.

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