Anoche el abuelo lunático no podía pegar ojo. Que ocurría, por qué esa desazón, ese dar vueltas y vueltas en la piltra, nada me dolía, nada me desasosegaba. Durante el día se habían cumplido todas las tareas, incluso visitamos a la prima Lucía y al primo Isidro: había sido un hermoso y buen día. ¿Qué ocurría entonces? Era la luna con su poder de atracción la que tiraba de mí, y en un soplo me susurró: “Levántate y hazme una foto para guardarla como recuerdo, pues tal día como hoy de hace 14-1 años nació tu nieto Óliver”. Eso era.
Sigilosamente para no despertar a la abuela me tiré de la cama y, desde el atrio, el lunático abuelo cazó esta imagen para guardarla per saecula saeculorum.
Volví a la cama más contento que un cascabel y, poco a poco, desde que llegaste a la nave agua de un salto con voltereta incluida, empezaron a pasar por mi mente un montón de vivencias, unas veces con Olilí, otras con Óliver, otras en el estanque dorado, otras con el equipo de 3+2 = aventura. Otras en la cabaña de los vikingos, o descubriendo el molino de la finca llamada Las Carreteras, muchas, muchas vivencias en estos 13 años. Mas de nuevo ha ocurrido una nueva aventura en el Castillo Viejo, y de nuevo con el equipo 3+2 = aventura.
Nos adentramos en una parte del Castillo destinada a los pájaros. Bajo una inmensa bóveda había miles de pájaros: unos descansaban y otros volaban sin parar, volaban en bloques separados por colores por este orden, blancos, verdes y negros. El aleteo y sus graznidos eran impresionantes. Con una sincronía perfecta el bloque negro se ausentaba del Castillo; cuando el bloque negro volvía, se ausentaba el bloque verde, pero curiosamente el bloque blanco, el que volaba por debajo, permanecía siempre. Una parte de ellos descansaba y la otra volaba.
Fue la abuela la que observó que, a pesar de la inmensa cantidad de aves, el suelo estaba limpio sin un solo excremento. Podíamos estar allí debajo tranquilamente que nuestras cabezas no serían manchadas por las necesidades de las aves, el suelo impoluto y nuestras ropas y cabezas también impolutas. Tenemos que averiguar este fenómeno. ¿Cómo es posible que estos pájaros no giñan, no excrementen?
Entonces fue Laira la que apuntó: “Los pájaros blancos siempre vuelan por debajo de los negros y de los verdes”. “Es verdad”, dijo Amaya, “tenemos que saber por qué”.
De nuevo fue la abuela la que observó y descifró el misterio, y la que les puso nombre a los pájaros blancos que mantenían limpio el suelo del Castillo Viejo.
“Los pájaros blancos vuelan siempre por debajo de los negros y de los verdes, y nunca se ausentan, pero siempre la mitad de ellos está volando y la otra mitad descansa, de modo que cuando los de arriba defecan, los blancos cazan al vuelo sus excrementos, que les sirven de alimento y, a la vez, mantienen limpio el suelo. Estos pájaros se llaman guarrines; así es una parte de la vida en el Castillo Viejo que solo unos pocos afortunados conocemos”.
Óliver, en su decimotercero cumpleaños, estaba contento, pues su cabecita pensaba en dibujar todo lo que había visto y aprendido sobre los pájaros del Castillo Viejo.
Muchas felicidades, que pases un buen día con tus amigos de picnic en ese río, y que tu imaginación siga creciendo y dándose una vuelta por tu segundo pueblo que tan bien conoces.
Un abrazo muy fuerte de tus abuelos.
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