Lucrecia es la abuela que todo nieto querría tener, con su pelo blanco recogido en un gran moño y una cara de ángel que refleja su carácter afable y bonachón.
Sus nietos pequeños y no tan pequeños adoran cada visita que Lucrecia les hace y muy especialmente en las Navidades, cuando la casa se llena de luces, villancicos, aromas y platos deliciosos. Y es que Lucrecia es una gran cocinera y sobre todo repostera. No hay tarta, pastel o bizcocho que se le resista, ¡sin necesidad de mirar el YouTube! Disfruta sobre todo haciendo pasteles y tortas para sus nietecitos que la miran con fascinación. Ella elabora y les explica sus trucos y recetas.
No hay tarta, pastel o bizcocho que se le resista a la
abuela Lucrecia, ¡sin necesidad de mirar el YouTube!
Este año la abuela llegó emocionada a casa de su hijo pensando en hornear el mejor bizcocho de chocolate jamás visto para sus nietos y para toda la familia. Pero pronto se dio cuenta de que los dos más grandes mostraban poco interés en ayudarle. En cambio, el más pequeño, Mateo, zurdo y pelirrojo, estaba entusiasmado con hacer de pinche de la abuela.
Luis, el nieto mayor, carraspeó un poquito y dijo: "Abuela, yo hoy prefiero ir a jugar al fútbol con mis amigos, que tengo unas botas nuevas y quiero curtirlas". Sin más, se marchó como alma que lleva el diablo a curtir las botas.
Sonia se excusó también: "Yo he quedado con tres amigas mías para ir a la calle Mayor a ver los juguetes. Viéndolos podremos pedir a los Reyes los que más nos gustan, no queremos tenerlos repetidos, sino más variedad para jugar más con ellos y aburrirnos menos". Le estampó un beso y se largó con viento fresco.
"No te preocupes, abuela", dijo el pequeño Mateo. "Yo te ayudaré y ya verás qué buen bizcocho nos sale; va a ser el mejor bizcocho del mundo mundial".
Así pues, la abuela ideó una receta especial y se pusieron manos a la obra.
Comenzaron a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, mantequilla, aceite, yogures, levadura, trocitos de nueces, avellanas, almendras, chocolate negro y blanco y, por último, un ingrediente secreto: UNA ENORME DOSIS DE AMOR.
— Abuela, tú que te sabes tantas recetas de cocina y que veo que apenas te confundes en el orden de mezclarlas, seguramente puedes inventarte una receta para que mi pelo se vuelva negro o como el de mi hermano Luis, ¿no?
— ¿Y por qué quieres tener el pelo como Luis? —preguntó la abuela desconcertada—. ¿Es que no te gusta tenerlo pelirrojo? Yo creo que tu pelo es muy bonito y original; estoy segura de que muchos querrían tener el cabello que tú tienes.
— Ya, si a mí me gusta mucho mi pelo, pero es que el hijo del capitán del barco, uno que se llama Daniel, me ha dicho que su padre le ha contado que las personas que tienen el pelo rojo y los zurdos son enviados del Diablo y que han robado el color del pelo a las llamaradas de los infiernos.
— ¿Y por eso quieres que tu pelo se vuelva como el de tu hermano?
— Claro, yo no quiero ser un enviado del Diablo porque, además, según Daniel yo soy un enviado muy importante y principal, porque soy zurdo y tengo el pelo rojo.
— Buff, buff —resopló la abuela—. BUUUFFFFF. ¿Y tú te crees ese cuento, esa trola? Mira, hijo, en esta vida y en esta tierra del señor hay de todo, pero los enviados de Lucifer, si es que los hay, ni son zurdos ni tienen el pelo rojo, son como todos porque de esa forma es como pasan más desapercibidos y camuflados, para hacer de las suyas en cuanto pueden, así que cuando veas a tu amiguito Daniel, le dices que ese cuento del Diablo no tiene ni pies ni cabeza, que es una patraña de un marinero lleno de fantasías estrambóticas que me parece que bebe más vino que agua.
>> Te demostraré que lo que dice el padre de Daniel es falso, ya verás. Voy a cortarte un mechón de pelo con estas tijeras.
Y antes de que Mateo se diera cuenta, ¡zas!, ya tenía un mechón de pelo en la mano. Luego se lo acercó a la nariz y le preguntó:
— ¿A qué huele? Dime a qué huele tu pelo.
— Pues no huele a nada, a mí no me huele a nada.
— Si tu pelo le hubiera robado el color a las llamaradas del infierno, tendría que oler al azufre que bulle en las entrañas de las calderas de Pedro Botero. Y, sin embargo, no huele a nada, a nada. Así que ahora meteremos este mechón de pelo en el horno en un sobre con pequeños agujeritos para que transpire y, cuando veas a Daniel, se lo pones en la nariz y que te diga a qué huele. Seguro que te dirá que no huele a nada, o como mucho, a bizcocho de Navidad, pero nunca te dirá que huele a las piedras de azufre de los infiernos. Entonces, ¿estás ahora convencido de que no eres un enviado del Diablo?
— Sí, abuela, estoy totalmente convencido. Yo creo que, al contrario, soy un enviado del niño Jesús, que casi tiene el pelo como yo.
— Además, creo que el niño Dios es zurdo —remató Lucrecia.
Pasado un tiempo, el bizcocho había crecido mucho y ya estaba bastante dorado. ¡Olía de maravilla! Había llegado el momento de revestirlo con una capa verde de pistachos picados, que adoptarían la forma de un árbol de Navidad.
— ¿Dejarás que yo le coloque los adornos, abuela?
— Claro que sí, tú colocarás a tu estilo todos los bomboncitos de chocolate. Creo que este año, además, pondremos un letrero de chocolate negro que diga... Espera, ¿qué quieres que diga ese letrero?
— Pues como mis hermanos se han escaqueado y no nos han ayudado a hacer el bizcocho… Quiero que en el letrero ponga: "PARA MIS TRES NIETOS, FELIZ NAVIDAD". Así verán que no estamos enfadados con ellos.
Cuando volvieron los dos nietos mayores y vieron aquel delicioso pastel, se sintieron muy apenados de no haberse quedado a ayudar a la abuela, y corrieron a darle un fuerte abrazo. Prometieron solemnemente que las próximas Navidades les ayudarían a elaborar un bizcocho como el que tenían delante de sus narices. Y esa magnífica tarta fue declarada el postre oficial de todas las Navidades venideras.
Luis, el nieto mayor, carraspeó un poquito y dijo: "Abuela, yo hoy prefiero ir a jugar al fútbol con mis amigos, que tengo unas botas nuevas y quiero curtirlas". Sin más, se marchó como alma que lleva el diablo a curtir las botas.
Sonia se excusó también: "Yo he quedado con tres amigas mías para ir a la calle Mayor a ver los juguetes. Viéndolos podremos pedir a los Reyes los que más nos gustan, no queremos tenerlos repetidos, sino más variedad para jugar más con ellos y aburrirnos menos". Le estampó un beso y se largó con viento fresco.
"No te preocupes, abuela", dijo el pequeño Mateo. "Yo te ayudaré y ya verás qué buen bizcocho nos sale; va a ser el mejor bizcocho del mundo mundial".
Así pues, la abuela ideó una receta especial y se pusieron manos a la obra.
Comenzaron a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, mantequilla, aceite, yogures, levadura, trocitos de nueces, avellanas, almendras, chocolate negro y blanco y, por último, un ingrediente secreto: UNA ENORME DOSIS DE AMOR.
— Abuela, tú que te sabes tantas recetas de cocina y que veo que apenas te confundes en el orden de mezclarlas, seguramente puedes inventarte una receta para que mi pelo se vuelva negro o como el de mi hermano Luis, ¿no?
— ¿Y por qué quieres tener el pelo como Luis? —preguntó la abuela desconcertada—. ¿Es que no te gusta tenerlo pelirrojo? Yo creo que tu pelo es muy bonito y original; estoy segura de que muchos querrían tener el cabello que tú tienes.
— Ya, si a mí me gusta mucho mi pelo, pero es que el hijo del capitán del barco, uno que se llama Daniel, me ha dicho que su padre le ha contado que las personas que tienen el pelo rojo y los zurdos son enviados del Diablo y que han robado el color del pelo a las llamaradas de los infiernos.
— ¿Y por eso quieres que tu pelo se vuelva como el de tu hermano?
— Claro, yo no quiero ser un enviado del Diablo porque, además, según Daniel yo soy un enviado muy importante y principal, porque soy zurdo y tengo el pelo rojo.
— Buff, buff —resopló la abuela—. BUUUFFFFF. ¿Y tú te crees ese cuento, esa trola? Mira, hijo, en esta vida y en esta tierra del señor hay de todo, pero los enviados de Lucifer, si es que los hay, ni son zurdos ni tienen el pelo rojo, son como todos porque de esa forma es como pasan más desapercibidos y camuflados, para hacer de las suyas en cuanto pueden, así que cuando veas a tu amiguito Daniel, le dices que ese cuento del Diablo no tiene ni pies ni cabeza, que es una patraña de un marinero lleno de fantasías estrambóticas que me parece que bebe más vino que agua.
>> Te demostraré que lo que dice el padre de Daniel es falso, ya verás. Voy a cortarte un mechón de pelo con estas tijeras.
Y antes de que Mateo se diera cuenta, ¡zas!, ya tenía un mechón de pelo en la mano. Luego se lo acercó a la nariz y le preguntó:
— ¿A qué huele? Dime a qué huele tu pelo.
— Pues no huele a nada, a mí no me huele a nada.
— Si tu pelo le hubiera robado el color a las llamaradas del infierno, tendría que oler al azufre que bulle en las entrañas de las calderas de Pedro Botero. Y, sin embargo, no huele a nada, a nada. Así que ahora meteremos este mechón de pelo en el horno en un sobre con pequeños agujeritos para que transpire y, cuando veas a Daniel, se lo pones en la nariz y que te diga a qué huele. Seguro que te dirá que no huele a nada, o como mucho, a bizcocho de Navidad, pero nunca te dirá que huele a las piedras de azufre de los infiernos. Entonces, ¿estás ahora convencido de que no eres un enviado del Diablo?
— Sí, abuela, estoy totalmente convencido. Yo creo que, al contrario, soy un enviado del niño Jesús, que casi tiene el pelo como yo.
— Además, creo que el niño Dios es zurdo —remató Lucrecia.
Pasado un tiempo, el bizcocho había crecido mucho y ya estaba bastante dorado. ¡Olía de maravilla! Había llegado el momento de revestirlo con una capa verde de pistachos picados, que adoptarían la forma de un árbol de Navidad.
— ¿Dejarás que yo le coloque los adornos, abuela?
— Claro que sí, tú colocarás a tu estilo todos los bomboncitos de chocolate. Creo que este año, además, pondremos un letrero de chocolate negro que diga... Espera, ¿qué quieres que diga ese letrero?
— Pues como mis hermanos se han escaqueado y no nos han ayudado a hacer el bizcocho… Quiero que en el letrero ponga: "PARA MIS TRES NIETOS, FELIZ NAVIDAD". Así verán que no estamos enfadados con ellos.
Cuando volvieron los dos nietos mayores y vieron aquel delicioso pastel, se sintieron muy apenados de no haberse quedado a ayudar a la abuela, y corrieron a darle un fuerte abrazo. Prometieron solemnemente que las próximas Navidades les ayudarían a elaborar un bizcocho como el que tenían delante de sus narices. Y esa magnífica tarta fue declarada el postre oficial de todas las Navidades venideras.
Una capa verde de pistachos picados adoptarían
la forma de un árbol de Navidad.
La abuela Lucrecia, Mateo el pelirrojo, los nietos mayores que se hicieron los suecos, y Chani y Cele os deseamos unas felices fiestas y un próspero año 2023.
¡Y también el Diablo, que sin su fuego no existirían los mejores bizcochos del mundo!
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