Con Murillo, claro que sí

Querida familia: un año más la Navidad ya está de nuevo en nuestros hogares y con ella llega la felicitación navideña o cuento de Navidad.

Con Murillo, claro que sí 

Este año el protagonista se llama Laureano Murillo, aunque nuestro amigo perderá su nombre de pila antes de cumplir el primer año. ¿Y cómo es que Laureano pierde su nombre? Muy sencillo. Todo ocurrió el día en que sus padres celebraban la matanza. 

El niño que aún no andaba era el centro de atención de los convidados a la reunión. Lo cogían, lo zarandeaban, le hacían carantoñas, y todos reían y celebraban sus “ajuss”, sus “ajoss”, sus “juuiik”, sus “maaa, paaa, ajjeeerrr, guillpp”. Sonidos y medias palabras inconexas que hacían desternillarse de risa a los parientes y amigos invitados a la gran fiesta matancera. 

La abuela del bebé era la más tenaz y persistente: estaba empeñada en que el pequeño pronunciara su propio nombre, “Laureano”

  “¿Cómo se llama mi niño? ¿Cómo se llama el niño más guapo del mundo? ¿Cómo se llama mi rey? ¿Cómo se llama el nieto más guapo del universo? A ver, tú te llamas Laureano como tu abuelo, L-A-U-R-E-A-N-O, L-A-U-R-E-A-N-O”. La abuela deletreaba letra a letra el consabido nombre. El niño la miraba fijamente pero no decía ni mu.

Murillo, un bebé de lo más listo
La abuela recomenzaba de nuevo con sus halagos y con la preguntas de rigor. De pronto, sin saber cómo ni por qué, el bebé incorporó su cabeza y levantó los bracitos, y mirando a todos exclamó: “¡¡¡Murillo!!! ¡¡¡ Murillo!!!”. Todos se quedaron boquiabiertos. El niño, con menos de un año, había dicho con toda claridad y por dos veces su primer apellido. Desde ese momento el primer apellido eclipsó para siempre el nombre de pila.

Aquello produjo comentarios de todo tipo, que si el niño era un genio, un portento, que si llegaría muy lejos; toda suerte de fortunas y parabienes le esperaban a Murillo.

Ciertamente, era espabilado y se defendía muy bien. Murillo para arriba, Murillo para abajo, en la escuela, echando el bofe encima de la bici, tomando la primera comunión, ayudando en las tareas del campo, montando en su caballo, bailando, enamorándose, sirviendo a la Patria, licenciándose y reencontrándose con su novia, y por fin Murillo casándose

La iglesia del pueblo estaba abarrotada; se casaba el gran Murillo, el Murillo que con su perro Garrón ayudaba a encauzar a las ovejas descarriadas del rebaño, pero que también había sido crucial en el rescate de un niño perdido en la maleza del bosque. La pericia de Murillo y el olfato de su perro Garrón fueron vitales para encontrar al travieso niño que tuvo en vilo durante varias horas a todo el pueblo. Allí estaban todos para ser testigos del “sí quiero” de Murillo y por supuesto del de la novia.

Garrón, el perro pastor de Murillo


El párroco don Severino, que había bautizado a Murillo, aflautando la voz para solemnizar el acto, preguntó: “Isabel, ¿quieres a Laureano como legítimo esposo, amarlo, y respetarlo en la riqueza, en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe?”. Isabel se quedó pasmada. Enmudeció.

Don Severino sabía que la transcendencia y la emoción del momento pueden dejar sin palabras a la más enamorada y convencida novia, así que con toda la calma del mundo y con voz suave, volvió a preguntar: “¿Quieres a Laureano como legítimo esposo, amarlo, y respetarlo…?”. Pero Isabel siguió sin abrir la boca.

Isabel y Murillo,
inmensamente felices
Entonces Murillo le hizo una seña a Don Severino y, apartándose unos pasos del atril, le susurró unas palabras al oído del cura. Ambos volvieron al escenario del casorio, Murillo al lado de Isabel y Don Severino al suyo. 

“Isabel, ¿quieres a Murillo?”. Al oír este nombre, saltó como un resorte y exclamó: “¡¡¡ A Murillo!!! ¡¡¡A Murillo!!! Claro, con Murillo sí, naturalmente que sí, desde luego que sí”.

Don Severino, incapaz de callar a Isabel, repetía una y otra vez: “Isabel, Isabel, di simplemente ‘sí quiero’, di ‘sí quiero’”. Por fin Isabel pronunció únicamente estas palabras. “Yo os declaro marido y mujer, podéis besaros”.

Entonces, Murillo e Isabel se besaron inmensamente felices. La misma dicha de los contrayentes os deseamos para estas fiestas y para el nuevo año.

Chani, Cele y toda la familia.

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