Sueño del abuelo con Laira (19/05/2019)


Íbamos tan campantes Laira y yo caminando por la calle Pradillo, una calle que desemboca, como todo el mundo sabe, en el mágico parque de Pradillo. De pronto, Laira comenzó a caminar muy deprisa pero sin doblar las rodillas, solo articulaba las caderas. Le pregunté por qué andaba de esa forma y me señalaba a una persona que también iba caminando como ella lo hacía. Pasó un hombre cojeando y también empezó ella a caminar cojeando; pasó una monja con su hábito que casi le rozaba el suelo y apenas se le veían los pies, y Laira empezó a dar diminutos pasitos, tan pequeños eran los pasos que parecía que los pies tuvieran ruedas. Pasó un hombre muy gordo que deambulaba con pasos lentísimos pero con un bamboleo que daba la impresión que iba a caerse de un momento a otro, aunque nunca se caía. Laira imitaba al hombre gordo muy bien, solo que ella sí se caía sobre la blanda acera de la calle Pradillo. Por fin entramos en el parque y los dos sentados en el suelo empezamos a charlar. Le pregunté si era capaz de andar como el pato Donald, a lo me dijo que estaba chupado; después que si era capaz de dar las zancadas de Gary Cooper en la película “El árbol del ahorcado”, y contestó que también; luego si podía conseguir las carreras de Robert Redford en “Los tres días del cóndor”, y la respuesta fue idéntica; lo mismo con Charlie Chaplin y Gary Grant en “La fierecilla de mi niña”. A todos los imitaba a la perfección. Entonces le pregunté si podía imitar a su abuela Chani, y ella me contestó que solo podía cuando la abuela estaba bien. “A ver, hazlo”, le pedí. Se levantó y aunque no os lo creáis, se transformó en una niña exactamente igual, una réplica perfecta, la misma niña que no hace tanto fue vuestra madre.




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