Mermelada de moras


-Óliver, apresúrate que tenemos que cumplir nuestro cometido.
-Pero, abuelo, creo que aún es demasiado pronto... pues no da el sol en la ventana.
-Sí, eso es cierto, pero si no madrugamos y aprovechamos las primeras horas, luego pasaremos mucho calor. Además, debemos salir antes de que se despierten los demás.
-Está bien abuelo, enseguida me levanto y bajo.
-Bien, te espero en la cuadra con las bicis preparadas. No olvides coger tu gorra y tu cantimplora de agua; los cubos de jugar en la playa ya los llevo yo.

Poco a poco van llenando los cubos de moras negras y brillantes.

-Abuelo, tú comes muchas moras y no están lavadas.
-Las moras no están sucias, hijo. Las limpian las moscas, las arañas, las hormigas, los coquitos de Dios, los zapateros, las avispas, las abejitas, las libélulas, la lluvia tormentosa, el rocío y, por la noche, las luciérnagas. Las moras están superlimpias y superrriquiiiiisimas, aagluupp, aaglluupp.
-Abuelo, yo nunca he visto una luciérnaga.
-Es que las luciérnagas son como las estrellas, están ahí pero solo se ven de noche.
-Yo quiero verlas.
-Esta noche daremos un paseo por la Cuesta del Horno y veremos muchas estrellas y muchas luciérnagas.
-Tú comes más moras que echas para el cubo.
-No, yo creo que echo más al cubo que tú... pues mi cubo está mucho más lleno que el tuyo.
-Ya, pero tú eres más alto y tus manos son más grandes que las mías.
-Por eso tengo que comer más moras, para no marearme como tu mamá cuando fuimos a la Cueva de la Mora y al Abanico.
-Si yo como moras no me marearé como mi mamá.
-Si comes una y echas dos para el cubo no te marearás.
-Pero así no llenaré nunca mi cubo.
-No te preocupes, yo te ayudaré cuando llene el mío. Tú come una y echa dos para el cubo.
-Abuelo, yo creo que la abuela y mamá no se las comerían sin lavarlas.
-Sí, eso creo yo también, pero tu papá sí se las comería.
-¿Tú qué crees?
-Yo creo que papá se comería tres y una para el cubo.
-Je, je, je, sí, quizá cuatro y una.
-Abuelo, olvidé la gorra y hace demasiado sol. Mi madre me ha contado que tú sabes hacer gorros de hojas de castaño. ¿Es verdad eso?
-Cierto, tan cierto como que me voy a comer esta hermosa mora de 33 granos perfectamente alineados. Hago gorros completamente ecológicos. Salta a ese paredón e inclina hacia atrás las hojas de la rama bajera de ese castaño. Verás con qué facilidad se despegan de la rama. Coges treinta o cuarenta hojas y, enseguida, tendrás un buen gorro, tan bueno como el de tu mamá.

Dió un salto felino y, con la técnica explicada, regresó con las hojas en la mano. Con pequeños palitos las hilvané, dejando una hoja como la pluma de los indios. Con la cabeza bien cubierta continuamos la tarea.

-Abuelo, veo que echas algunas moras rojas y esas no están maduras. Yo creo que esas están más ácidas y más fuertes.
-Sí, ahora no son tan dulces pero cuando tengamos la mermelada hecha le dará un sabor más agridulce y agradable. Creo que ese toque hará que le guste más a la pequeña hermanita Amaya.
-Sí, ya lo creo que le gustará. Me gusta la idea, echaré unas cuantas más.

Por fin, cuando los cubos rebosaban, los colocaron en las cestas de las bicis y regresaron a casa entre tomillos, carquesas, madroños, brezos, pinos, castaños, robles, parras, orégano y muchas, muchas, "jarriviejas". Óliver se ríe al oír la palabra "jarrivieja".

La sed aprieta, pues ya no queda ni gota de agua en las camtimploras. "Saciaremos la sed y llenaremos en la fuente "Pacochana" del Tesito. Haremos un canalillo con hojas de castaño y el agua correrá por el canal a las cantimploras; será el agua más rica que jamás hayas bebido", dice el abuelo.

Entran en casa por la puerta de la cuadra. No hay nadie, solo las notas que el abuelo y Óliver habían dejado avisando de la misión de las moras. Rápido se ponen manos a la obra aprovechando la ausencia de los demás. Las moras comienzan a hervir a buen ritmo inundando la casa de aroma de fruta, azúcar, limón y medio frasco de ajonjolí. "Ajonjolí", se ríe Óliver.

Cuando regresan los demás ese aroma es lo primero que perciben. Tan interiorizado queda ese olor que ya nunca dejarán de sentirlo. Cada verano, cuando vuelven a la casa de la abuela, todos se miran aspirando profundamente el aire y exclaman: ¡Huele a mermelada de moras!

Algunos ya tienen el pelo blanco y siguen percibiendo ese aroma.

1 comentario:

  1. Creo que las conversaciones reflejan muy bien el espíritu de un niño y de un abuelo. Están muy logradas, y son muy tiernas. Muy bonito.

    La Tata

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