De por vida tengo incrustado el olor a levadura fresca dentro de mí. Es un olor mezclado con el cariño de las manos de mi madre: los dos arrodillados deshacíamos la levadura en la artesa de madera; yo limpiaba la resbaladiza pasta de sus manos. La suavidad de aquel trabajo y el olor del producto se han quedado escondidos en mi mente para siempre, no importaba que aquel oficio sucediera a las 5:30 de la mañana. Allí estábamos los dos. Y muchas veces durante mi vida ese espacio de tiempo, ese olor, y aquel cariño, me sacan de mis momentos amargos y bajos, me relajan y tranquilizan devolviéndome la alegría de entonces y de siempre. Claro que reconozco el olor de la levadura fresca. La levadura me hace fermentar.
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