Magostada

 

Versión de Lumbrarada, de Emilia Pardo Bazán,
por Celedonio Sánchez Montero

Mirándose con sorpresa porque no se conocían, en el mismo lindero del monte se encontraron. Y, en la aldea, eso de no conocer a un semejante es cosa que pasma. A la extrañeza iba unida la hostilidad, el mal temple del que, dirigiéndose a un sitio determinado para un fin concreto, tropieza con otra persona que va a idéntico lugar para hacer lo mismo que el otro. No cabía duda de que los dos tenían la intención de recoger muchas castañas: las más sanas, las más lozanas, las más gordas. Allí, en el castañar que es de todos y de nadie, toparon el uno con el otro. Los dos provistos con un fardel y un pequeño rastrillo para remover la hojarasca y los erizos entreabiertos y, de este modo, conseguir recoger las suficientes castañas para celebrar la gran magostada que, desde tiempos de Maricastaña, se celebra en la aldea coincidiendo con el sorteo de la lotería de Navidad.

Así es que, prontamente, desecharon el pasajero enojo y los dos jóvenes rompieron a reír. Ella reía con un gorjeo de paloma que arrulla columpiando el talle y el seno. Él reía enseñando los dientes bajo el bigote retostado.

—Entonces, ¿viene por castañas? —preguntó ella cuando la risa le permitió hablar.
— ¿Y por qué habría de venir, serranita, no siendo por eso?
— ¿Yo qué sé? También podía venir paseando.
— ¿Paseando con el fardel y el rastrillo para echar las castañas?
— Bueno, cada persona tiene su gusto.

Mientras tocaban estas dicheras se examinaban, ya medio reconciliados, llenos de curiosidad, creyendo reconocerse y no lográndolo. ¿Dónde había visto ella aquellos ojos negros como el carbón? ¿Dónde habían reído otra vez para él aquellos labios de cereza partida, infladitos, bermejos y pequeños? ¿Dónde, dónde?

— ¿Tiene la casa muy lejos?
— ¿Por qué me lo pregunta? —le inquirió ella recelosa—. ¡Hay tanto pillo capaz de burlarse de las mozas si se las topa solitas en el medio del monte, cuando no se oye más ruido que el viento zumbando en las copas de los castaños, ni se ve más bicho viviente que el de las pegas blanquinegras saltando entre la hojarasca y los erizos a medio abrir...!
— Además, lo pregunto al tenor de que para transportar a cuestas el fardel de castañas hasta la casa...
— Con la ayuda de Dios bien las transportaré hasta la era del tío Miñambres.
— ¿El tío Miñambres? ¿El zapatero? ¡Qué de medias suelas me echó a los zapatos siendo yo un chiquillo! ¿Y que eres tú del tío Miñambres?
— Su hija, vaya. ¿Que había de ser?

El mozo, asombrado, quedose pensativo. Su figura esbelta le descubría el cuello robusto con una enérgica expresión. Al fin castañeó los dedos triunfalmente.

— ¡Elvira! ¡Elvira! ¿No te acuerdas de mí?

Soltó la rapaza el rastrillo y el fardel y, juntando las manos en señal se admiración, exclamó:

— ¡Nicolás! ¡Nicolás! Ya lo estaba cavilando: o este es el Nicolás, o es el mismo demonio metido en su figura.
— ¡Vaya! ¡Conque Elviriña!
— ¡Vaya, hombre! ¡Conque Nicolasiño! Tantos años que te largaste de aquí, y luego volviste para quedarte en la aldea.
— A eso vengo. Cumplí, serví, traigo unas pesetas y la salud. Mientras mi madre viva, aquí me ha de sostener la tierra.
— Por muchos años —deseó ella bajando la vista con un dulce mohín vergonzoso.
— Y entonces, ahora que nos conocemos, recogemos las castañas de una vez. Porque hace mucho tiempo que no estoy en la aldea y tengo muchas ganas de hacer la magostada como la hacíamos antaño. ¿Oyes, mujer?



Cada uno rompió a esgrimir el rastrillo y a remover la hojarasca para dejar al descubierto las castañas y, con gran soltura y habilidad, echarlas al fardel. Había una especie de porfía, de vigor y energía juvenil: tratábase de ver quién recogía más y mejores castañas en menos tiempo para avergonzar al compañero. Era como un pugilato de fuerza y habilidad entre el varón y la hembra. Ella, tratando de juntar más castañas que él; él, viendo su afán y su trabajo, sintió compasión y con irónica voz, le dijo:

— Deja, mujer, que ya tienes en el fardel castañas para hacer tres magostadas. ¿De qué te valen tantas castañas? Luego no podrás llevarlas hasta la era del tío Miñambres.
— Si puedo o no puedo transportarlas… ya a se verá. ¿Tú recogiste ya las que te cumplía?
— Paréceme que sí.
— Pues ¡hala! —y desliándose una cuerda que llevaba a la cintura ató el fardel.

Otro tanto hizo Nicolás. Después, galantemente, se ofreció a erguir y cargar el fardel a la espalda de Elvira. Luego cargó el suyo al hombro al estilo de San Cristóbal.

Ninguno de los dos, ni por el valor de una onza de oro, hubiera confesado que los sacos pesaban de más. «Soy hembra de labor capaz de ayudar a mi hombre». Y él: «Aunque me veas vestido de ciudad sigo siendo mozo de aldea, y lo que otro haga, a fe que también lo hago yo». De pronto, Elvira pareció aplastarse en tierra: era que había caído de rodillas, no podía Nicolás ayudarla con la rapidez que él quería. Elvira se irguió como pudo, y de sus labios brotó una protesta: «Fue que tropecé con un pedrusco. Velo ahí, ¿ves?». Nicolás desvió la piedra con el pie, y siguieron marchando mudos y jadeantes.

Por fin llegaron a la era del tío Miñambres. Toda la aldea se había reunido en la era para llevar a cabo la tradicional magostada. Habían llevado abundantes camadas de zarzas bien secas, el mejor combustible para asar las castañas, porque la zarza arde muy rápido pero también se apaga en el momento justo en que las castañas no están ni crudas ni quemadas, vamos, un milagro perfecto de la naturaleza. «LA LOTERÍA NO NOS TOCARÁ, PERO LA CALVOCHADA NADIE NOS LA QUITARÁ», anunciaba un cartel a la entrada de la era.

Los dos mozos se habían detenido a la vez dejando caer los fardeles de castañas, pasándose la mano por la frente sudorosa.

— Aquí —dijo ella.
— Bueno, pues aquí —aceptó él como quien se deja obligar.
— ¿Armamos dos magostadas o una sola, Elviriña de azúcar?
— Según sea tu gusto, Nicolasiño de miel.
— Mi gusto es hacer una sola para los dos —y, enseguida, a cuatro manos, colocaron las castañas formando dos círculos que, sin quererlo, formaron un corazón perfectamente dibujado sobre el suelo de tierra de la era del tío Miñambres.


Nicolás colocó una buena camada de zarzas secas sobre las castañas y, restallando un fósforo, prendió un puñado de hierbas secas que ardieron como la yesca. Luego las arrojó al centro de la camada de zarzas. «Qué pronto arden las zarzas secas», dijo Elvira. «Sí», asintió él, y prosiguió: «Ahora hay que darle la vuelta a las castañas y asarlas por el otro lado». De nuevo, a cuatro manos, voltearon las castañas y, aunque se quemaban la punta de los dedos, no paraban de reír. En la segunda llamarada, con la agilidad de un cervatillo, Nicolás saltó la hoguera, alzando torbellinos de centellas menudas y chispeantes. Al terminar el vuelo fue a caer contra Elvira, que reía feliz otra vez. Le amparó evitando una brusca caída, se miraron y, agarrados de las manos, ante la apacible penumbra del crepúsculo que no terminaba nunca, Nicolasiño susurraba al oído de su Elviriña: «Buena magostada la que hemos armado, mujer». «Sí, Nicolasiño, la mejor magostada de toda mi vida».

Ojalá, querida Elviriña, ojalá que Dios nos dé vida y salud para poder hacer muchísimas magostadas tan bonitas como la de hoy. Que nos dé pan a los que tenemos hambre, y hambre a los que tienen pan.

El mismo deseo de Nicolás y Elvira os deseamos desde Alcorcón en este 2023 en el que la alta literatura me ha echado una mano para salir del paso con el cuento navideño de este año.

Feliz Navidad y próspero año 2024

Chani y Cele 

 


Lumbrarada pertenece a la obra «Cuentos de la tierra» (obra póstuma), de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), considerada la mejor novelista española del siglo XIX y una de las escritoras más destacadas de nuestra historia literaria.

El bizcocho de la abuela Lucrecia

Lucrecia es la abuela que todo nieto querría tener, con su pelo blanco recogido en un gran moño y una cara de ángel que refleja su carácter afable y bonachón.

Sus nietos pequeños y no tan pequeños adoran cada visita que Lucrecia les hace y muy especialmente en las Navidades, cuando la casa se llena de luces, villancicos, aromas y platos deliciosos. Y es que Lucrecia es una gran cocinera y sobre todo repostera. No hay tarta, pastel o bizcocho que se le resista, ¡sin necesidad de mirar el YouTube! Disfruta sobre todo haciendo pasteles y tortas para sus nietecitos que la miran con fascinación. Ella elabora y les explica sus trucos y recetas. 

No hay tarta, pastel o bizcocho que se le resista a la 
abuela Lucrecia, ¡sin necesidad de mirar el YouTube!

Este año la abuela llegó emocionada a casa de su hijo pensando en hornear el mejor bizcocho de chocolate jamás visto para sus nietos y para toda la familia. Pero pronto se dio cuenta de que los dos más grandes mostraban poco interés en ayudarle. En cambio, el más pequeño, Mateo, zurdo y pelirrojo, estaba entusiasmado con hacer de pinche de la abuela.

Luis, el nieto mayor, carraspeó un poquito y dijo: "Abuela, yo hoy prefiero ir a jugar al fútbol con mis amigos, que tengo unas botas nuevas y quiero curtirlas". Sin más, se marchó como alma que lleva el diablo a curtir las botas.

Sonia se excusó también: "Yo he quedado con tres amigas mías para ir a la calle Mayor a ver los juguetes. Viéndolos podremos pedir a los Reyes los que más nos gustan, no queremos tenerlos repetidos, sino más variedad para jugar más con ellos y aburrirnos menos". Le estampó un beso y se largó con viento fresco.

"No te preocupes, abuela", dijo el pequeño Mateo. "Yo te ayudaré y ya verás qué buen bizcocho nos sale; va a ser el mejor bizcocho del mundo mundial".

Así pues, la abuela ideó una receta especial y se pusieron manos a la obra.

Comenzaron a mezclar todos los ingredientes: azúcar, huevos, harina, mantequilla, aceite, yogures, levadura, trocitos de nueces, avellanas, almendras, chocolate negro y blanco y, por último, un ingrediente secreto: UNA ENORME DOSIS DE AMOR.

— Abuela, tú que te sabes tantas recetas de cocina y que veo que apenas te confundes en el orden de mezclarlas, seguramente puedes inventarte una receta para que mi pelo se vuelva negro o como el de mi hermano Luis, ¿no?

— ¿Y por qué quieres tener el pelo como Luis? —preguntó la abuela desconcertada—. ¿Es que no te gusta tenerlo pelirrojo? Yo creo que tu pelo es muy bonito y original; estoy segura de que muchos querrían tener el cabello que tú tienes.

— Ya, si a mí me gusta mucho mi pelo, pero es que el hijo del capitán del barco, uno que se llama Daniel, me ha dicho que su padre le ha contado que las personas que tienen el pelo rojo y los zurdos son enviados del Diablo y que han robado el color del pelo a las llamaradas de los infiernos.

— ¿Y por eso quieres que tu pelo se vuelva como el de tu hermano?

— Claro, yo no quiero ser un enviado del Diablo porque, además, según Daniel yo soy un enviado muy importante y principal, porque soy zurdo y tengo el pelo rojo.

— Buff, buff —resopló la abuela—. BUUUFFFFF. ¿Y tú te crees ese cuento, esa trola? Mira, hijo, en esta vida y en esta tierra del señor hay de todo, pero los enviados de Lucifer, si es que los hay, ni son zurdos ni tienen el pelo rojo, son como todos porque de esa forma es como pasan más desapercibidos y camuflados, para hacer de las suyas en cuanto pueden, así que cuando veas a tu amiguito Daniel, le dices que ese cuento del Diablo no tiene ni pies ni cabeza, que es una patraña de un marinero lleno de fantasías estrambóticas que me parece que bebe más vino que agua.

>> Te demostraré que lo que dice el padre de Daniel es falso, ya verás. Voy a cortarte un mechón de pelo con estas tijeras.

Y antes de que Mateo se diera cuenta, ¡zas!, ya tenía un mechón de pelo en la mano. Luego se lo acercó a la nariz y le preguntó:

— ¿A qué huele? Dime a qué huele tu pelo.

— Pues no huele a nada, a mí no me huele a nada.

— Si tu pelo le hubiera robado el color a las llamaradas del infierno, tendría que oler al azufre que bulle en las entrañas de las calderas de Pedro Botero. Y, sin embargo, no huele a nada, a nada. Así que ahora meteremos este mechón de pelo en el horno en un sobre con pequeños agujeritos para que transpire y, cuando veas a Daniel, se lo pones en la nariz y que te diga a qué huele. Seguro que te dirá que no huele a nada, o como mucho, a bizcocho de Navidad, pero nunca te dirá que huele a las piedras de azufre de los infiernos. Entonces, ¿estás ahora convencido de que no eres un enviado del Diablo?

— Sí, abuela, estoy totalmente convencido. Yo creo que, al contrario, soy un enviado del niño Jesús, que casi tiene el pelo como yo.

— Además, creo que el niño Dios es zurdo —remató Lucrecia.

Pasado un tiempo, el bizcocho había crecido mucho y ya estaba bastante dorado. ¡Olía de maravilla! Había llegado el momento de revestirlo con una capa verde de pistachos picados, que adoptarían la forma de un árbol de Navidad.

— ¿Dejarás que yo le coloque los adornos, abuela?

— Claro que sí, tú colocarás a tu estilo todos los bomboncitos de chocolate. Creo que este año, además, pondremos un letrero de chocolate negro que diga... Espera, ¿qué quieres que diga ese letrero?

— Pues como mis hermanos se han escaqueado y no nos han ayudado a hacer el bizcocho… Quiero que en el letrero ponga: "PARA MIS TRES NIETOS, FELIZ NAVIDAD". Así verán que no estamos enfadados con ellos.

Cuando volvieron los dos nietos mayores y vieron aquel delicioso pastel, se sintieron muy apenados de no haberse quedado a ayudar a la abuela, y corrieron a darle un fuerte abrazo. Prometieron solemnemente que las próximas Navidades les ayudarían a elaborar un bizcocho como el que tenían delante de sus narices. Y esa magnífica tarta fue declarada el postre oficial de todas las Navidades venideras.

Una capa verde de pistachos picados adoptarían 
la forma de un árbol de Navidad.

La abuela Lucrecia, Mateo el pelirrojo, los nietos mayores que se hicieron los suecos, y Chani y Cele os deseamos unas felices fiestas y un próspero año 2023.

¡Y también el Diablo, que sin su fuego no existirían los mejores bizcochos del mundo!

Laira cumple 3 años. 3 + 2 = aventura

— Abuelo, abuelo.
— Dime, dime, Laira.
— ¿Hace cuánto tiempo que conoces el Castillo Viejo?
— Creo que lo descubrimos cuando Óliver y Amaya eran más pequeños que tú.
— ¿Y crees que estaremos allí en el horario que trabajan las moscas pintoras?
— Sí, por eso hemos salido tan temprano.
— ¿Y el fantasma IRIS nos dejará ver cómo dibujan las moscas pintoras?
— En la aventura anterior el fantasma nos dijo el horario de trabajo de las moscas, así que puede que hoy nos ponga alguna prueba complicada y, una vez superada, nos dejará acceder. Creo que, además, nos regalará alguna de sus pinturas.
— Pido palabra, pido palabra —exclamó Amaya.
— ¿Qué prueba nos pondrá IRIS para dejarnos ver a las moscas pintoras?
— Seguramente pondrá la condición de que seamos capaces de descubrir la casa del Orate.
— ¿Y qué es un orate? —inquirió Óliver.
— Un orate es alguien que está un poco loco, ido, que siempre está contento, de buen humor… alguien que crea inventos estrambóticos con el fin de utilizarlos algún día, pero que seguramente no usará porque son inventos de un orate botarate vacíos de contenido que no sirven para nada —explicó la Abuela Chani.

Pintado por la tata Mónica.

— Pero al Orate del Castillo de Viejo tengo oído que le gusta mucho leer y seguro que alguno de sus inventos los utiliza a menudo.
— Ojalá el fantasma nos ponga esa prueba: ¡queremos ver cómo es la casa del Orate! —dijeron los tres a la vez.
— De los disparates que hemos visto en el Castillo Viejo, ¿cuál es el que más os ha gustado?
— A mí —dijo Óliver—, los pájaros guarrindongos porque son capaces de coger al vuelo todas las gallináceas y depositarlas en la pileta para que el fantasma IRIS fabrique la pintura para las moscas pintoras.

La abuela dijo que lo mejor era la piscina de los peces mondapies, le encanta lo limpios y mondados que le dejaban los pies. La pared de plata de los caracoles zurdos, dijeron Amaya y Laira: "Todo es muy guay en el Castillo Viejo". Hablando, hablando, sin darse cuenta, estaban delante del fantasma IRIS, que les saludó muy contento por la nueva visita del equipo 3+2=Aventura. Después dijo:

— Lo prometido es deuda, y esa deuda os la mostraré enseguida, pero antes tenéis un reto que cumplir: encontrar la casa del Orate, así que si no encontráis dónde está el Orate y su morada, con todo el dolor de mi corazón, os volveréis a casa sin ver trabajar a las moscas pintoras.
— Necesitamos unas pistas, alguna dirección que nos oriente para no perder mucho tiempo y encontrarla pronto con el fin de estar de vuelta antes de que las moscas pintoras cumplan su horario —pidió la abuela Chani.
— Solo os diré que tenéis que caminar en dirección oeste, es decir, hacia donde el sol se oculta.

Caminaron, pues, con el sol dándole en la espalda, bajaron una cuesta, luego una larga llanura, por último, una empinada cuesta que los dejó agotados y casi se bebieron toda el agua. Cuando ya habían perdido las esperanzas de encontrar la casa del Orate y estaban a punto de darse la vuelta, oyeron una potente y desgarradora voz que les decía. "Aquí, aquí, sobre este promontorio vive el Orate gallego más orate y listo del mundo. Subid a la gran explanada y contemplad la casa más original y bonita del universo".

— ¿Habéis oído lo que yo he oído? —dijo el abuelo.
— ¡Sí, sí, sí! —dijeron cuatro voces a la vez—. ¡Estamos salvados! Subamos el promontorio, subamos a la gran explanada.

Y subieron y vieron la casa del Orate. La casa estaba construida sobre un cono cilíndrico de un metro cúbico de grosor, de unos cuatro metros de altura. A esta altura se superponía una plataforma redonda dotada de un engranaje en la que se engarzaba otro piñón dentado con una enorme manivela que, sin mucho esfuerzo, hacía que la casa girara.

El Orate les explicó que su casa era la única en el mundo que tenía 365 ojos de buey, uno para cada día del año. El día 1 de enero los primeros rayos del astro penetraban por el ojo de buey e iluminaban la cara del Orate.

El Orate, para que esto sucediera, cuando el sol se ocultaba, con la ayuda de la manivela que movía el engranaje solo tenía que situar el ojo de buey correspondiente a cada día del año. 1 de enero, 2 de enero, 3 de enero… así todos los días del año y en cada ventanita, en la parte de abajo, el Orate había ido anotando la hora exacta en la que el sol salía. El 1 de enero del año 1788 el sol había salido a las 8:47 horas y desde ese año había empezado el Orate a recibir los primeros rayos del sol en su cama y en su cara. Una curiosidad muy interesante es que el día de año nuevo jamás amanece nublado en el Castillo Viejo, siempre hace un sol espléndido. 

El Orate iba vestido con ropa de pirata de mar, con un sombrero de bucanero, y llevaba colgado al hombro un telescopio que parecía de juguete. Había muchos pájaros en los alrededores de la casa del Orate. El Orate nombró un montón: cigüeñas, calandrias, chochaperdices, zancudas, grullas, alondras, cogujadas, pardales, verderones, zorzales, urracas, estorninos, chotacabras. De vez en cuando emitía un silbido y un pájaro mitad murciélago, mitad loro, acudía con una nuez, una almendra, una avellana que el Orate, sin vacilar con un martillo de plata sobre un yunque de acero, partía y se trasquilaba enseguida. La especie y nombre del ave que le llevaba los frutos secos se llamaba murciloro, una especie que solo habita en el Castillo Viejo, para el Orate el mejor de entre todos los pájaros citados.

Pintado por la tata Mónica.

Óliver preguntó al Orate por los días que estaba nublado, sobre cómo podía saber a qué hora salía el sol. El Orate contestó que eso le había costado armarse de paciencia y muchos años saberlo, esperar muchos días, meses y años a que esos días nubosos amanecieran soleados.

Pintado por La Tata.
Por la parte de atrás, la casa estaba rodeada de árboles altísimos. Por la parte de adelante se encontraba despejada para que el sol no tuviera impedimentos. El Orate había instalado redes que salían por las ventanas, a través de las cuales él podía acceder como si fuera un mono a los árboles y sentarse en las ramas, donde se pasaba horas y horas leyendo, pues esa era su gran pasión, leer encaramado en lo árboles.

El Orate les comunicó que las moscas pintoras ese día estaban dibujando la casa del Orate, así que después de llenarles las cantimploras de agua fresca, le aconsejó al equipo que volvieran a la zona del fantasma, antes de que las moscas terminarán su jornada de pintura. Así lo hicieron, y por fin pudieron ver cómo pintaban las moscas.

Sobre una plataforma rectangular de tres metros de ancho por seis de largo el fantasma había extendido un lienzo. Con una máquina de sulfatar, el fantasma rociaba el lienzo con agua almibarada, y las moscas acudían raudas y veloces. Previamente había situado siete bandejas de pintura con los siete colores del arcoíris, y las moscas mojaban sus manitas delanteras en las bandejas, y así poco a poco iban pintando la casa del Orate con sus árboles en la parte de atrás, sus 365 ojos de buey, el mecanismo para hacer girar la casa enfrentando el ojo de buey justo al punto en que el sol nacía, para que cada día los primeros rayos del sol llenarán de felicidad la cara del Orate gallego que vive en el Castillo Viejo, haciendo lo que más le gusta, leer sobre los árboles, y comer frutos secos servidos por el fiel Murciloro.

¿El libro favorito del Orate?

Tenemos que regresar y cumplir una tarea que nos encomendó el Fantasma IRIS, a ver si somos capaces de pintar la casa del Orate como la han pintado las moscas pintoras.

A 7 de mayo de 2022. Muchas felicidades al Equipo de 3+2= Aventura.

Una fábrica con corazón

— Abuelo, ¿sabes si le ha pasado algo al abuelo de Abelardo, Juan y Enrique?
— ¿Te refieres al Sr. Elías el de Todoque, el pueblo de la Isla Bonita que allá por el año 2021 quedó engullido por el Volcán de Cumbre Vieja?
— Sí, a ese me refiero. Es que Abelardo y sus hermanos llevan tres días sin venir a la escuela; seguramente no vienen porque el abuelo debe estar enfermo y no puede acompañarlos.
— También puede ocurrir que sean los niños los que están enfermos.
— No sé, seguro que le pasa algo al abuelo. Acuérdate de cuando tú estuviste con aquella gripe tan mala y contagiosa… ¿Cómo se llamaba?

¡Ah, sí, COVID-19, la famosa gripe del año 2020! Todavía 46 años después siguen entre nosotros algunas cepas mutantes que se burlan y se ríen de las vacunas.
—De todas formas tenemos suerte, porque hoy ya es viernes y seguramente el lunes veremos de nuevo al Sr. Elías y a sus tres nietos.

— Abuelo, ya es lunes y tampoco hoy han venido ni los nietos ni el abuelo.
— Es verdad, ni mis amigos ni yo le hemos visto el pelo este fin de semana, algo debe suceder. Esta tarde iremos a su casa. ¿Te parece bien?
— Sí, tengo ganas de saber qué ha pasado y, sobre todo, a quién le ha pasado. Espero que no estén todos enfermos.
— ¿Cómo todos?
— Pues… todos, los padres de los niños, la abuela Eulalia, el abuelo Elías… viven todos en la misma casa.
— Hombre, no seas agorero, y debe ser una casa muy grande para vivir todos juntos.
— Sí, la casa es enorme y muy divertida: hay sitio para todos y con un patio enorme, a mí me gusta mucho ir a jugar allí.

El Sr. Elías y su mujer Eulalia no habían olvidado ni un solo detalle de la casa que ellos mismos, con sus propias manos, habían construido. La casa en la que vivieron, la casa en la que nacieron sus tres hijos, en la que estuvieron hasta 2021, segundo año del Coronavirus, cuando la población había conseguido la inmunidad de rebaño. Justo el 17 de septiembre de 2021 el volcán de Cumbre Vieja reventó con una gigantesca erupción, primero una boca, luego otra más hasta seis bocas echando lava, montones y montones de lava y ceniza y, en menos de tres días, el hogar de Elías y Eulalia, los plataneros, la viña, el corral de las cabras, las gallinas, la corteja de los cerdines, la casita del perro Cartucho, los sueños, las ilusiones y los proyectos presentes y futuros… todo, absolutamente todo, fue arrasado por el volcán de Cumbre Vieja.

Solo tuvieron tiempo de salvar a los animales, las escrituras de la casa, los álbumes de fotos, instantáneas de bodas, bautizos, cumpleaños, fiestas, fotos aéreas de la vivienda, vídeos que mostraban en vivo cómo era su calle, su hogar (y una buena parte del pueblo con la iglesia siempre al fondo), unos cuantos lienzos pintados por Eulalia, más fotos de las vides, los plataneros, las paredes de piedra que cercaban toda la propiedad, y nada más. Todo el trabajo quedó enterrado por un muro de lava de más de quince metros de altura.

Treinta y cinco años de sus vidas habían sido enterrados en tres días.

En el año 2066, cuarenta y cinco años después de la invasión del volcán, la familia de Elías y Eulalia sobrevive en otro lugar. Lo que habrán luchado y por lo que habrán pasado solo ellos lo saben, pero lo que sí sabemos es que consiguieron salir adelante. Cuando el amigo de Abelardo y su abuelo se presentaron en la casa de Elías y Eulalia, comprendieron enseguida por qué los tres niños no acudían a la escuela.

— Verás, mis abuelos se han ido a pasar unos cuantos días a un balneario, ya sabes, por eso de los dolores reumáticos. Y, también, ¿sabes cuál es la ilusión más grande de mi abuelo? La ilusión que tantas y tantas veces nos ha contado, pues nunca desaprovecha la ocasión de hablarnos de Todoque y de la casa que perdieron en el 2021.
—Es verdad, siempre que puede cuenta cosas e historias de aquellos años de sus vidas, y siempre nos pide a los nietos que fabriquemos una réplica a escala pequeña, una maqueta de aquella casa, de aquellas paredes que la cercaban, de los plataneros, de la viña, de aquella calle con la iglesia al fondo.
— El caso es que hace unos meses mandé a la sede central de la fábrica de juguetes LEGO todas las inquietudes y la enorme ilusión que mis abuelos tienen por ver de nuevo aquella parte del pueblo de Todoque, aunque fuera con las dimensiones de las construcciones LEGO, así que les envié copias de todos los vídeos, de todas las fotos, de los cuadros que pintó mi abuela, fotos y fotos del perro, de las cabras, de las gallinas, de todas las cosas que formaron parte de sus vidas.

>> Interiormente pensaba que los de LEGO harían caso omiso a mi propuesta, pero a los de la fábrica danesa les toqué la fibra sensible y justo hace diez días recibimos dos inmensas cajas con todo el material y las instrucciones perfectamente ordenadas para construir todo lo que mis abuelos llevan soñando día tras día, desde aquel fatídico 17 de septiembre de 2021.

Efectivamente, en los días de ausencia al colegio los tres nietos de Elías y Eulalia habían recolocado pieza a pieza aquella casa, habían subido de nuevo la cerca, habían hecho crecer los plataneros, les habían dado vida y alimento a las cabras, a las gallinas, y hasta una réplica exacta del perro Cartucho volvía a pasearse por la propiedad de aquella calle que terminaba en la iglesia y que el Volcán de Cumbre Vieja y su implacable fuego habían engullido décadas atrás.

— Dentro de dos horas regresan los abuelos del balneario y queremos sorprenderles con este regalazo que los de LEGO “altrusistamente” y sin pedir nada a cambio han fabricado para ellos.


Cuando los abuelos entraron en casa y vieron reproducidos todos sus recuerdos en una maqueta de LEGO no daban crédito. Elías el de Todoque, con los ojos brillantes como la lava del Cumbre Vieja, tomó las manos de Eulalia y le susurró al oído: “Esta noche nos tomaremos esa pócima secreta que tú y yo tenemos a buen recaudo, esa que tiene el poder de hacernos pequeñitos como las figuras de LEGO, y podremos entrar de nuevo en nuestra casa, pasearemos otra vez por nuestra calle, por nuestro pueblo, dormiremos en nuestra cama, y los domingos nos aviaremos para ir a misa, y luego tomaremos el aperitivo con los amigos en el Mesón del Indiano que también aparece en este Belén de los amigos de la fábrica de LEGO”.

El abuelo y la abuela Eulalia, sus hijos y sus nietos os desean unas felices fiestas y un feliz año 2067.

Los abuelos Chani y Cele os deseamos unas felices fiestas, y un feliz año 2022.


Cele y Chani
Diciembre 2021
Segundo año de pandemia, volcán y turrones

Laira cumple 2 años. 3 + 2 = aventura

— Esta es la condición para que puedas llevarte ese frasco de pintura —respondió el fantasma—. Sé que todos lleváis en vuestro poder una cartulina que escribisteis en casa antes de venir aquí. Ignoro quién propuso ese "ACERTIJUEGO", da igual, a mí es muyyyy difícil verme, y el que ve mi traje, no ve el nombre, aunque si alguno de vosotros tiene escrito el color de mi traje en su cartulina, y el nombre es correcto, yo mostraré mi espalda. Entonces podréis ver si coinciden. Si el nombre no coincide con el tatuado en mi espalda, no podrás llevarte la pintura. El requisito para llevarte la pintura es que, al menos en una de esas cinco cartulinas, estén escritos claramente el color de mi traje y el nombre que llevo tatuado con cuarenta coquitos de Dios.
— ¿Qué son los coquitos de Dios?
— Los coquitos de Dios son unos bichitos rojos con puntitos blancos, vamos, las mariquitas de toda la vida… —El fantasma añadió—. Si no lo tenéis escrito en una de vuestras tarjetas, no os dejaré coger ni una gota de pintura. Si alguien osa a hacerlo, ¡se las verá conmigo! —y levantó el removedor de pintura con un gesto amenazante.
 

Veamos el “ACERTIJUEGO”:

— A ver, que el abuelo, que es el más viejo, muestre su cartulina.
— Traje: azul celeste. Nombre: Texxun.
— El abuelo falló —dijo el fantasma sonriendo y mostrando su traje ostentosamente —. Quizá la abuelita tenga más suerte. Muestre su tarjetita.
— Traje: negro con rallas blancas de arriba abajo, estilo italiano. Nombre: Arquímedes.
— Lo siento, falló, falló.
Olillier, Olillier, enseña el trullo —pidió Laira.
— Traje: verde oliva. Nombre: Ángulo.
— ¡Ni el color ni Anguuloooo…! —gritó el fantasma, y el eco respondió, “gulo, tulo, culo, culooo...”.
Amalailla, Amalaillla, te toca enseñar tu tarjetilla.
— Traje: amarillo. Nombre: Garmon.
— Fallaste, fallaste, corazón. Ahora la más pequeña. Laira, en tus manitas está que Olillier, pueda llevarseee (hoy me he levantado generoso) no uno sino cinco frascos de esta excelente pintura cuya materia prima procede de los excrementos de los pájaros blancos, verdes y negros del Castillo Viejo, y mezclada magistralmente por el fantasma de la fortaleza. Enséñanos lo que has escrito en tu papelito.

Laira, emocionadísima y con pícara sonrisa, como diciéndole al fantasma, “te chinchas, te chinchas, boludo, más que boludo”, mostró su cartulina bien alta y visible.

Traje: rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta. Los siete colores del ARCO IRIS. Nombre: IRIS.

—¡¡¡Maldición!!! ¡¡¡Maldición!!! —Exclamó el fantasma—. ¡Mis moscas, mis artistas y maravillosas moscas pintoras no podrán, ya no podrán pintar ni un solo trazo de estos cinco excelentes frascos de pintura! Tendrán que esperar unos cuantos meses hasta que se fabrique la nueva remesa de pintura.

Acercándose al borde de la pileta con los cinco frascos de pintura los colocó en el borde, y se dio la vuelta para que todos viéramos el nombre “IRIS” tatuado con las mariquitas. Óliver preguntó.

— Iris, Iris, ¿podríamos ver cómo se apañan las moscas pintoras para pintar y qué arte utilizan?
— Mis moscas son auténticos genios, abarcan todos los estilos: el impresionismo, el realismo, estilo naturalista, retrato, paisaje romántico e incluso el funerario, que a mí es el que más me gusta. Hoy no podréis verlas, porque son unas moscas muy disciplinadas y comienzan su trabajo a las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde, y ahora que ya son las seis están descansando. Así que tendréis que volver otro día en ese horario que os he dicho. Ese día veréis cosas maravillosas y todos los estilos y artes de la pintura mundial.

—Volveremos y disfrutaremos de un arte único —dijeron los 3+2.
— Ahora recoged todas las cosas más los cinco frascos de pintura y volvamos a casa —dijo la abuela—. Hoy ya hemos visto y disfrutado a tope del 3+2 = aventura.


Feliz cumpleaños, Laira, y muchas gracias por haber adivinado el nombre y el color del traje del fantasma del Castillo Viejo.

Continuaráaaa el 30 de marzo de 2021, que vendremos a ver el prodigio de las moscas pintoras.

Amaya cumple 10 años. 3 + 2 = aventura

Nuestra última excursión al Castillo Viejo fue cuando Oliver cumplió... ¡esto a ver si alguien sabe cuántos años cumplió! Amaya dijo rápidamente que trece años. Laira apuntó: “Prometimos volver cuando fueran los cumples de Amaya y el mío, así que hoy 20 de abril iniciamos la nueva excursión al Viejo Castillo”.

Por el camino íbamos recordando lo que había pasado en las visitas anteriores: el descubrimiento de la pileta de los peces beneficiosos callistas mondapies; la pared “nido” de los caracoles zurdos; los hormigueros transparentes; el misterio de los pájaros blancos, negros y verdes que volaban en tres bloques; los blancos conocidos por el nombre que la abuela le puso, “guarrindongos” o “guarrines”.

Pero se nos ha olvidado algo que prometimos encontrar en la primera visita. ¿Alguien lo recuerda?

— ¿Laira, tú lo recuerdas?
— Sí. Recuerdo que teníamos que encontrar el cementerio de los caracoles zurdos y las caracolas necesarias para verlas en casa cuando quisiéramos. También que cada uno traería en un papel apuntado el nombre del fantasma y el color del traje con el que va vestido. 

La abuela dijo que el fantasma del Castillo Viejo es muy elegante y no lleva una simple sábana como todos.

— Este viste con un traje muy elegante. ¿Traéis el papel con el nombre y el color del traje?
— Yo sí, y Amaya también, lo apuntamos anoche las dos juntas—. Y se echaron a reír.
— ¿Alguno más los trae?
— Yo también lo tengo —dijo Óliver.
— Los abuelos también los tenemos. Ahora a esperar a ver si hoy tenemos suerte y lo vemos.
— Ejem, ejem —carraspeó Oliver—. Yo me pregunto dónde van las gallinazas de los pájaros blancos, pues debajo de ellos no hay otros pájaros que las cacen al vuelo y se las zampen, y el suelo del Castillo Viejo sigue limpio.
— Pues ese misterio lo descubriremos hoy, y también daremos con el cementerio de caracoles zurdos. Nos llevaremos para casa diez casitas de caracoles zurdos. Puede que algún día esas caracolas pasen al museo de caracolas que hay en Nueva York —dijo el abuelo.
— Laira, ¿qué nombre y qué color del traje llevas apuntado en tu papel? —preguntó la abuela.
— Es un secreto que no pienso revelar hasta que lo veamos.
— ¿Y, tú, Amaya?
— Yo tampoco lo voy a decir, ¡ni hablar del peluquín!
— Bueno… que lo diga la abuela Chani.
— Ni hablar. Se sabrá cuando lo veamos.
— Óliver, saca tu papel a ver qué nombre y qué color has elegido para el famoso fantasma —insistieron.
— No, creo que es mejor esperar a verlo allí.
— Bien. Ya veo que no queréis descubrir el nombre ni el color: ¡espero que el fantasma no sea transparente e invisible! —sentenció el abuelo.

***

Después de una larga caminata, por fin nos adentramos en la fortaleza. Lo primero que vamos a buscar es el cementerio de caracoles zurdos. Sabemos que se entierran en capas de arena finísima, así que… ¡a rastrear, a ver si encontramos dónde está esa arenilla!

Fue Amaya la que se fijó en una pequeña corriente de agua formando meandros, y en uno de sus giros observó cómo se sedimentaban muchos granitos de arena que varios caracoles arrastraban hacia un recodo, y la dejaban colocada formando un círculo parecido al de una plaza de toros.

—Amaya, creo que has descubierto el cementerio de caracoles zurdos. Ahora, con mucho cuidado, con este peine de púas largas y separadas la abuela peinará poco a poco la arena y, cuando tengamos las diez caracolas, alisará de nuevo la arena para que todo se quede como estaba antes de la extracción de las caracolas. Trabajará como trabajan los paleontólogos de Atapuerca o de las antiguas pirámides de Egipto.

Con sumo cuidado, la abuela fue peinando el cementerio y, con una habilidad extraordinaria, consiguió las diez caracolas zurdas y las guardó en una caja especial de madera que llevaba en su mochila. Alisó la superficie, y nos fuimos a la zona de los pájaros para tratar de descubrir el misterio de las gallináceas que nunca aterrizaban en el suelo.

— Tenemos que tener mucha paciencia, y estar ojo y oído avizor.

Nos tumbamos en el suelo para ver volar con más comodidad a los pájaros. Los blancos por debajo de los verdes y de los negros cumpliendo su misión ecológica y escatológica sin despistarse ni un segundo. De pronto, el monótono graznido de los pájaros fue roto por unos graznidos mucho más agudos: sonaba como la alarma de un colegio que anunciaba la hora de salir al recreo, unos veinte pájaros blancos con sus graznidos de “¡¡¡jiñarrr, jiñarrr, jiñarrr!!!”. Abandonaban el recinto por unos ojos de buey situados en la pared orientada hacia el este.

Óliver salió raudo y veloz del Castillo Viejo para ver dónde iban y que hacían en su salida los pájaros blancos. Entonces descubrió que los pájaros sobrevolaban una pileta o piscina rectangular cubierta con una lámina muy fina de agua y, a la vez que graznaban estridentemente, con una puntería pasmosa jiñaban las gallináceas en el interior de la pileta.

Pronto llegaron Amaya y Laira y vieron lo que Óliver ya a había visto: en el centro de la pileta estaba el fantasma sobre unos zancos, con su traje removiendo y mezclando las gallináceas sobre la fina lámina de agua. No sabemos cómo se las arreglaba, pero la mezcla que el fantasma removía sobre el suelo de la pileta se transformaba en un arcoíris con sus siete colores perfectamente diferenciados.

Óliver anunció que quería llevarse un frasco de aquella mezcla, de aquella tinta para dibujar en casa. Entonces el fantasma adivinó sus intenciones y, en un español perfecto, le advirtió: “Chaval, si quieres llevarte ese frasco de pintura solo hay una forma de que yo te deje recogerla”.

Continuaaráaaaa el siete de mayo de 2021. Feliz Maya.


El abuelo lunático y el 13 cumpleaños de Óliver

 Anoche el abuelo lunático no podía pegar ojo. Que ocurría, por qué esa desazón, ese dar vueltas y vueltas en la piltra, nada me dolía, nada me desasosegaba. Durante el día se habían cumplido todas las tareas, incluso visitamos a la prima Lucía y al primo Isidro: había sido un hermoso y buen día. ¿Qué ocurría entonces? Era la luna con su poder de atracción la que tiraba de mí, y en un soplo me susurró: “Levántate y hazme una foto para guardarla como recuerdo, pues tal día como hoy de hace 14-1 años nació tu nieto Óliver”. Eso era.

Sigilosamente para no despertar a la abuela me tiré de la cama y, desde el atrio, el lunático abuelo cazó esta imagen para guardarla per saecula saeculorum

Volví a la cama más contento que un cascabel y, poco a poco, desde que llegaste a la nave agua de un salto con voltereta incluida, empezaron a pasar por mi mente un montón de vivencias, unas veces  con Olilí, otras con Óliver, otras en el estanque dorado, otras con el equipo de 3+2 = aventura. Otras en la cabaña de los vikingos, o descubriendo el molino de la finca llamada Las Carreteras, muchas, muchas vivencias en estos 13 años. Mas de nuevo ha ocurrido una nueva aventura en el Castillo Viejo, y de nuevo con el equipo 3+2 = aventura.

Nos adentramos en una parte del Castillo destinada a los pájaros. Bajo una inmensa bóveda había miles de pájaros: unos descansaban y otros volaban sin parar, volaban en bloques separados por colores por este orden, blancos, verdes y negros. El aleteo y sus graznidos eran impresionantes. Con una sincronía perfecta el bloque negro se ausentaba del Castillo; cuando el bloque negro volvía, se ausentaba el bloque verde, pero curiosamente el bloque blanco, el que volaba por debajo, permanecía siempre. Una parte de ellos descansaba y la otra volaba.

Fue la abuela la que observó que, a pesar de la inmensa cantidad de aves, el suelo estaba limpio sin un solo excremento. Podíamos estar allí debajo tranquilamente que nuestras cabezas no serían manchadas por las necesidades de las aves, el suelo impoluto y nuestras ropas y cabezas también impolutas. Tenemos que averiguar este fenómeno. ¿Cómo es posible que estos pájaros no giñan, no excrementen?

Entonces fue Laira la que apuntó: “Los pájaros blancos siempre vuelan por debajo de los negros y de los verdes”. “Es verdad”, dijo Amaya, “tenemos que saber por qué”.

De nuevo fue la abuela la que observó y descifró el misterio, y la que les puso nombre a los pájaros blancos que mantenían limpio el suelo del Castillo Viejo.

“Los pájaros blancos vuelan siempre por debajo de los negros y de los verdes, y nunca se ausentan, pero siempre la mitad de ellos está volando y la otra mitad descansa, de modo que cuando los de arriba defecan, los blancos cazan al vuelo sus excrementos, que les sirven de alimento y, a la vez, mantienen limpio el suelo. Estos pájaros se llaman guarrines; así es una parte de la vida en el Castillo Viejo que solo unos pocos afortunados conocemos”.

Óliver, en su decimotercero cumpleaños, estaba contento, pues su cabecita pensaba en dibujar todo lo que había visto y aprendido sobre los pájaros del Castillo Viejo.

Muchas felicidades, que pases un buen día con tus amigos de picnic en ese río, y que tu imaginación siga creciendo y dándose una vuelta por tu segundo pueblo que tan bien conoces. 

Un abrazo muy fuerte de tus abuelos.