Incesante trabajadora, lo mismo en la cocina que en los salones. Qué gran conversadora, por insólitas que fueran las circunstancias, por arduas que fueran las situaciones, ahí estaba ella. Su acalorada discusión, su dialéctica enardecida y prudente, su creatividad, sin necesidad de libros, ni de estudios, sólo la palabra nacida en el fondo de los tiempos, aprendida en la sabiduría y en el lenguaje llano de los pueblos.
No hay duda: mi madrina de pila y mi madrina de bodas deja una huella imborrable y unos cimientos sólidos en todos los que hemos tenido el privilegio de haberla conocido y gozado del don de su cariño y amistad.
Disfrutaré mientras viva de tu recuerdo y mantendré tersos los hilos de su profunda y noble amistad. La amistad que hoy me da el derecho y el honor de gritar y decir bien alto:
Qué gran dama, qué gran señora, qué majestuosa madrina.
Madrina, ahora simplemente te quedarás sentada y en paz en ese trono "donde todo acaba y todo empieza".
Madrina, sencillamente, gracias, muchas gracias.
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