Autorretrato como Zeuxis de Rembrandt |
Querida familia:
¡¡¡Qué bárbaro, que rápido!!! Aún no se han apagado las luces de la pasada Navidad y ya brillan las nuevas. El año ha pasado y en él se han tejido historias y sucesos que hilvano como puedo y, a la vez que os felicito, os cuento una vivencia del ajetreo de mi oficio. El título lo dejo al libre albedrío.
Dice mi amigo Paco Cazalla que, cuando la cabra da leche la da hasta por los cuernos. Aquella mañana ocurría todo lo contrario. Daba la impresión de que los viajeros se habían aliado para no utilizar ni un solo taxi. Harto de dar vueltas, opté por detenerme en la parada del Niño Jesús, frente a la Puerta del Pacífico que da entrada al Parque del Retiro (popularmente conocido por el Paseo de Coches). Recliné el asiento hacia atrás, apoyé el cogote en el reposacabezas seleccione la melodia Azul la mañana es azul, respiré hondo entornando los ojos... y, enseguida, los duendes del bostezo y los demonios del sueño se adueñaron de mí haciéndome más dichoso que a un gato que bosteza y se relame de felicidad.
Soñando estaba cuando, un abuelo bastante más viejo que el que dormía, abrió la puerta delantera y, a la vez que se sentaba, exclamaba: “¡¡¡Jeehiiih!!! Qué suerte he tenido; bueno, qué suerte hemos tenido los dos”. Cuando hablaba de suerte pensé que el vejete me arreglaría la mañana y por fin la cabra empezaría a dar leche, je je. “Anda, Mateo, vamos a casa que Manueliña seguramente está impaciente y con la comida preparada. Anda, anda… arranca que aunque no te pague la carrera, con la buena comida que hace tu mujer, estás más que pagado”. Le miraba atónito y asombrado, pues por la forma de hablarme y expresarse parecía que me conocía de toda la vida y, además, que era su yerno predilecto. Allí lo tenía sentado a mi lado, más feliz que una lombriz.
– Yyyyyy... ¿Por dónde quiere que vayamos? ¿Por el centro o por las rondas?
– Qué gracioso, encima se hace el graciosón. Cuando empezaste a tontear con Manueliña, bieeeennn... que sabías ir. Anda, anda, tira por el centro mismo.
– Perdón abuelo, pero si usted me indica, seguramente llegamos antes.
– Je je je, qué cachondo, siempre de chunga. Chunga, chunga, je je je –no podía contener la risa.
– El caso, abuelo, es que yo sí sé ir, pero lo que quiero es comprobar si usted sabe llegar a su casa.
– Me gusta eso de mi casa, pero ya sabes que también es tu casa.
– Bien, pues indíqueme por dónde vamos a nuestra casa.
– Si te empeñas...
Pronto me di cuenta de que el hombre no regía, pues la primera indicación era que tirara de frente por la Puerta del Pacífico, que lleva años enrejada. Comencé a circular lentamente sin rumbo fijo con la esperanza de que, en algún semáforo, paso de cebra o esquina, alguien lo reconociera y lo saludara y así averiguar la residencia de mi suegro.
– Mateo, esto para ti y para mi únicamente –dijo haciendo un gesto de alto secreto–. El triciclo de madera de roble para tu hijo lo tengo casi terminado y, para el día de Reyes, estará pulido y barnizado –yo guardé silencio–. No dices nada –continuó.
– Sí, sí, abuelo, lo del triciclo va a ser un puntazo, ¿qué digo un puntazo? Va a ser un exitazo –contesté mientras pensaba cómo ingeniármelas para averiguar la residencia del buen hombre –. Abuelo, usted no llevará el carné de identidad encima.
– Naturalmente, jamás salgo de casa sin él, podré perder la cabeza pero la identidad jamás –afirmó.
– Me gustaría verlo.
– Y eso por qué.
– Me gustaría ver la pinta que tenía usted cuando se hizo la foto del carné –ni corto ni perezoso me tendió la cartera.
– Toma, y no seas como tu hijo Juanito que siempre me birla lo que puede.
– Tranquilo abuelo, a mí sólo me interesa ver la foto. Y ya veo que no ha cambiado mucho desde que se la hizo.
– Madera, buena viruta que uno tiene.
Enseguida vi la profesión y la dirección. El nombre de mi suegro era Felpeto Maderón Maderón. Con ese nombre y esos apellidos, la profesión no podía ser otra que la de San José. El carpintero Felpeto vivía en la calle Epifanía del Señor número 12. Allí, al ladito, en el barrio del Niño Jesús. Para asegurarme de que lo dejaba en su casa lo acompañé hasta el piso.
– Hija, hija –gritó Felpeto a la vez que pulsaba el timbre– mira qué sorpresa te traigo. La suerte ha querido que me encontrara nada menos que con Mateo en la parada y, ya que me ha traído, aprovecha y comemos todos juntos. ¿Estarás contenta?
– Claro papá, cómo no voy a estar contenta –con lágrimas en los ojos abrazó a su padre, y, para seguir la comedia, me besó también a mí.
– Papá, anda, siéntate en la mesa del salón que Mateo me va a ayudar un poco en la cocina.
Allí la hija de Felpeto me contó que su padre atravesaba la fase dulce y amable del alzhéimer, la fase "rórra" en la que los deseos y los sueños se hacen realidad en la mente de los que la sufren. Manuela me explicó que su padre se había levantado temprano y se había largado de casa mientras ella dormía. Había alertado a la policía, pero la policía...
Desde la puerta de la cocina observamos al anciano sonriendo feliz, aferrado al siroco de sus sueños, de los deseos que la "rórra" lucidez del alzhéimer forjaba en la cierta oquedad de su cabeza. Manuela me dijo que su padre pensaba y creía de veras que ella estaba casada y que los niños de la vecina eran sus nietos. En fin, que veía a su familia en la familia de los demás. La realidad era que ella, por orgullo, algún desengaño, estudios, trabajo o porque (como un personaje de “El Quijote”) quería sentirse libre sin ataduras…
– ¡¡¡Leches!!! Se vive muy bien sola. Aunque estuve y estoy de buen ver, lo cierto es que me dejé pasar el arroz... Y lo cierto es que nada de lo que a mi padre le hubiera gustado, nada, nada, se ha cumplido.
– Bueno yo creo que debo irme – dije mirando a Felpeto que, impaciente, nos esperaba para comer.
Manuela, con la mirada cómplice y suplicante, me pidió que me quedara a comer, ya que era una bonita forma de pagarme el servicio. Además, seguir un rato más la comedia serviría para hacer más feliz a su padre. Recordé las madejas de lana que mi madre o una de mis hermanas me colocaban en los brazos, sirviendo de soporte para desmadejarla y convertirla en un ovillo. Muchas veces pensé en dar un tirón para romper el hilo y escapar corriendo a la calle, pero nunca lo hice. Tampoco pude cortar el hilo de felicidad que bullía en la cabeza del carpintero Felpeto.
De este modo, me quedé a comer con mi nueva familia. Durante la comida, Felpeto presumió de ser el mejor carpintero del mundo, incluso mejor que San José. Recordó de nuevo el triciclo de roble para Juanito. “En el Paseo de Coches del Retiro tu hijo, con la capa de Superman, más que correr parecerá que vuela”. Habló de un trabajo especial que le hizo al Arzobispo de Toledo, Anselmo Lopez Borricón (recalcó el “Borricón”), que le devolvió la mesa de cerezo porque, el tal Borricón decía que en el tablón central había una mancha de sangre imposible de borrar, ni cepillándola con el escoplo. La sangre había traspasado la tabla de lado a lado y aquello al arzobispo le daba yuyu y mal fario; pensaba que sobre aquel tablón se había perpetrado una barbaridad. Cuando preguntaba por el paradero de la mesa… llamaron a la puerta. Eran los niños de la vecina, que entraron como dos torbellinos gritando.
– Felpeto, Felpeto.
– Anda, llévanos al trastero que queremos ver la jaula gigante que le estás fabricando al viejo loripavo.
– Loripavo, loripavo… ¿qué es un loripavo? – pregunté a uno de los niños.
– Es nuestro loro, que de vez en cuando se disfraza de pavo, por eso lo llamamos loripavo. Y en Navidad también se disfraza.
– No, no, en Navidades ni hablar.
– Vamos Felpeto, que también queremos revolcarnos en las virutas y pelearnos con ellas, que nos lo pasamos ¡¡¡chupi!!!
Felpeto se levantó como impulsado por un resorte, y más contento que un perro con dos colas, se fue con los niños al trastero. Manueliña y Mateo le miramos con los ojos llenos, llenitos, inundados de contento y felicidad.
La misma felicidad y alegría que la familia de toda la vida, la de siempre, la de Chani y Cele os deseamos de todo corazón.
Achuchones.
Muchas gracias de nuevo por tu fantástica postal de Navidad. Aquí estoy yo leyéndola rodeada sólo de nieve blanquísima y con mis ojos también inundados de una mezcla de felicidad, melancolía y nostalgia...
ResponderEliminarCreo que este carpintero Felpeto te puede dar material para unos cuantos relatos más llenos de fantasía, recuerdos e imposibles.
Besos y feliz Navidad!